sábado, 27 de mayo de 2017

CASTUERA “hay personas y nombres que no se olvidan, aunque se los lleve el viento” HOMENAJE A ALBINO GARRIDO SAN JUAN AUTOR DE “UNA LARGA MARCHA”


Con el fin de ver el reportaje de la segunda cadena de televisión, entré en casa precipitadamente.
Era domingo.
Dejé el paraguas chorreando, en el paragüero de cerámica de Talavera.
Esperaba con impaciencia la tercera carta.
La segunda fue una postal en la que me anunciaba que estaba de vacaciones en la playa.
Pero de eso hacía ya más de cuatro meses.
Una larga y penosa enfermedad había acabado con su manía, su costumbre de escribir. Luego, de la operación a vida o muerte, salió adelante. Estaba acostumbrado a sobrevivir a casi todo.
Supe de él a través de un programa de televisión; un documental histórico que daba cuenta de una ajetreada vida. Una guerra incomprensible le había forzado al exilio en el país vecino.
Me lo anunció en una carta. Una emocionante carta que me enraizaba en la historia. Era su primera carta. La guardé con cuidado dentro del libro “Morir por la libertad” de Eduardo Pons, un viejo socialista. Lo había adquirido en una librería clandestina años atrás. 
Luego hablé con él por teléfono un par de veces.
Su voz era la de mi padre.
Llevaba fuera más de sesenta años, pero su patria estaba aquí. También aquí estaba su familia, sus raíces y su historia.
Y yo era parte de su historia futura, de su resurrección, de su supervivencia.
Por eso, sin conocerlo, tenía miedo del contenido de esta tercera carta en la que a buen seguro me hablaría de él, de mi padre, de mi abuelo, de Castuera, y de otras muchas cosas perdidas en el tiempo, en la memoria y en la vergüenza.
Cuando le vi en la televisión hablaba del miedo y de la guerra, de lo que sufrió y de lo que aprendió, de lo que olvidó y de lo que rezó. Entonces supe que era como mi padre. Él también había pasado por lo mismo, aunque nunca quiso contarme más que algunas pinceladas. Sí, su voz, su cara y sus gestos eran los de mi padre.
Lloré.
No hacía dos años que había muerto mi padre de cáncer de colon, pero estaba allí, en la televisión, hablando por boca de su primo. De mi primo, del que ahora esperaba una tercera carta.
En el programa de la televisión no hablaron casi nada de los horrores de la guerra, ni de las víctimas de los vencidos. También tenían miedo. Todavía tenían miedo.
Pero él, mi primo, guardaba como en un cofre toda aquella historia inolvidable. Las experiencias amargas dejan un largo recuerdo. Dejan unos grandes amigos…. dejan todo. Se hacen inolvidables.
Los ancianos viven el pasado de una forma memorable.
- Donde vivimos aquel horror, ahora hay un gallinero - me había dicho por teléfono con resignación para anunciarme el reportaje. La gente todavía tiene miedo, y eso que ahora gobiernan los suyos...
Era consciente de mi responsabilidad. Tenía que trabajar al día siguiente, y ya era tarde, pero estaba viendo a mi padre vivo, estaba viendo la historia de mi pasado, y no me podía resistir.
- Cuatro horas de grabación para nada.... Así la gente nunca sabrá la verdad.
Recuerdo cuando le vi, en el brazo derecho llevaba grabado a sangre y fuego un número que le habían otorgado en un campo de “refugiados”, en Polonia. Era su vergüenza y su recuerdo. A todos nos lo enseñó como si fuese una lección que la humanidad había dado en él para que nunca más se repitiese.
De Polonia escapó a España.  Nunca supe cómo ni cuanta vida derrochó en aquél heroico empeño.
Le cogieron “los otros”, en su propio país y le llevaron a Castuera. Desde allí también huyó. Setenta y dos días para llegar a Francia y conquistar su libertad.       

Quería regresar a España, pero tenía miedo de que le volvieran a coger “los otros” ...
Noventa y cuatro años. Es una situación comprensible.
Tampoco sus hijos habían querido venir a España.      
A mi me había invitado varias veces a visitar Europa. Decía que era una vida diferente.
Había sentido profundamente la desaparición de mi padre. A él y a mi abuelo los consideraba unos héroes, y yo necesitaba saber por qué.
Miré por la ventana. Ya se había cerrado la noche. Seguía lloviendo.
Habían pasado sesenta y cinco años.
La casa de piedra, donde ha vivido mas de sesenta años, proyecta una sombra larga al atardecer. Un sol rojizo acompaña a una asamblea de colores que pinta el otoño con tonos crema, casi inertes, diáfanos…
Junto a la puerta entreabierta una silla de enea, con respaldo de madera recio, soporta todo el peso de una vida que se resiste a su final. -
El frío no puede con su chaqueta de pana.
La boina negra protege su cabeza y sus ideas. Una mirada azul, intensa se escapa de sus ojos alargándose por un camino que ya a penas se ve.
Es una mirada anclada en la nostalgia. Una mirada a la deriva… persigue un color ausente.
Una mirada que, al amanecer, mira al oeste a su querida España, desde la Francia que le acogió, y al atardecer se dirige al este, a su Amberes de adopción,
Lleva unas gafas negras. Nunca se atreve a mirar al sol. Tal vez su luz bochornosa le traiga recuerdos de viejas canciones que le obligaban a cantar en sus tiempos de juventud.
Mueve los dedos de las manos nervioso. A cada movimiento un nombre, una señal, tal vez un número, pero sin duda un rostro, una sombra, una vida y un recuerdo.
Los agrupa de diez en diez, como en un batallón de combate.
---…  Uno, siete, Tomás Bargés. ¡Presente!
---…  Uno nueve, Miguel Karner… ¡Presente!
---…  Uno diez, Manuel Salvadores… ¡Presente!

---…  Seis cinco, Joan Pagés… ¡Presente!

---…  Siete seis, Agustín Chámesele… ¡Presente!
---…  Diez ocho, Julio Cas abona… ¡Presente!
     Después de cada nombre un silencio u y una lágrima. A su lado la sombra del ciprés cercano languidece
---…  España limita al norte con los montes Pirineos que la separan de Francia, al este con el Mar Mediterráneo, al sur con el Estrecho de Gibraltar, y al oeste con Portugal y el océano Atlántico…
---…  Al norte con los montes pirineos, con Canfranc, con el Túnel, con la libertad… Entre Castuera y la Libertad, hay una distancia de cuatro mil doscientos kilómetros… Desde el lunes, primero de mayo de mil novecientos treinta y nueve han pasado muchos días…
---... El jueves, cuatro de enero de mil novecientos cuarenta. Seis camaradas escapamos de la muerte en Castuera. Al frente la vida, al norte la esperaza… Setenta y dos jornadas… A sesenta kilómetros por noche… en pleno invierno, mal vestidos, peor calzados. 
---…  Sí. Fue un camino muy extenso, a lo largo de una patria ensangrentada.
Nuevamente se detiene para tomar aliento, y dirigiéndose a su imaginario compañero, sigue hablando, contando una historia demasiado real para ser cierta. Demasiada cruda para ser real. Demasiado negra y amara, como para no crear miedo y vergüenza.
---…   Teníamos que pasar por Toledo, Madrid, Guadalajara, Zaragoza, y Huesca... cada provincia una cruz. Cada cruz una batalla, y cada batalla, sangre. Toda la sangre. Sudor, todo el sudor. Y lágrimas. Lágrimas no. Aún me quedan para todos los que cayeron en cada uno de esos fracasos...

---…        El Tajo, el Duero, el Ebro, que buena agua la de esos ríos... Cuanta sed saciaron... Escapando hasta el viernes, veintidós de marzo de ese mismo año en que los franceses nos hicieron prisioneros y nos intentaron en un campo de concentración francés. Pero ellos eran más humanos. Mucho más humanos...

viernes, 5 de mayo de 2017

JUDAS

No conozco mi futuro. Seguro que no será fácil. Eso sí, sé desde el primer momento que está determinado por la confianza que el Nazareno ha depositado en mí. Siento en el fondo de la túnica, el peso de los treinta denarios que los romanos me han dado por un beso. Estoy decidido a cambiar el curso de la historia. ¿Quién me mandaría a mí dejar la barca? Y ahora tengo que besarle. La vida no tiene retorno. Sin él tampoco tiene sentido. Decidí seguirle. No estoy arrepentido. El vino es bueno, el descanso se agradece. Barrabás sentado frente a mí, me mira con inquietud, mientras alza su copa para brindar por un beso. Él, cuando no está en la cárcel, pasa así las horas muertas, bebiendo y esperando. Nadie sabe lo que espera, aunque tal vez él sí lo sepa. Mi futuro está marcado por la sangre, mientras, mi codo, mi brazo, mi cabeza y mi hastío, reposan sobre una mesa mugrienta. Se respira olor a vino añejo. Pero mi vaso lleva un largo rato medio vacío, ¿O medio lleno? No es igual. Marta, la de Betania y María de Magdala se nos acercan y dibujando con sus cuerpos en el aire la danza de la lluvia, nos ofrecen otra jarra de vino, que no somos capaces de rechazar. Me resulta exquisito el aroma de este caldo. Una extraordinaria agudeza visual me permite observar el movimiento de las cuatro manos sobre la mesa. Los diez dedos inquietos de Juan tamborilean con impaciencia, mientras otros diez, los del Maestro, más finos descansan plácidamente. La voz del Nazareno es pausada, cercana y cálida. La otra más aguda, vertiginosa, está preñada de curiosidad e impaciencia, como mi silencio. Mis amigos Barrabas, Santiago, su hermano Juan, Andrés, y Simón, - al que llamamos Kefar -, Lázaro, Tomás, el incrédulo, beben sin parar. Estamos casi todos. Hablan con naturalidad de los soldados romanos, impetuosos, supersticiosos y acérrimos de su Cesar; en el fondo piensan que son como todos los hombres. Hablan del Sumo Sacerdote Anamús, o de Lucio Márcio Filipo, tutor de urino César Augusto. ¿Será éste el nuevo emperador? En realidad, da lo mismo quién sea el emperador. Pero yo callo. El sol cae vertical y como la vida, la sombra es corta. Otro de los bebedores, al que la calvicie le ha invadido parte de la cabeza, y el pelo largo, lacio y negro se le escapa por detrás, no tiene un rostro común. Una amoratada nariz prominente y pronunciado mentón, le dan un aspecto con el que no puede pasar inadvertido. Bebe y bebe sin parar. Su jarra no parece tener fondo. El “Bermad”, originario de Hebrn, - el mismo que el de la boda, - el bueno -, se le escapa a la velocidad del movimiento de sus dedos. Ha sido un día de tormenta. Llueve. Mientras la puerta de la bodega se ilumina con el resplandor de un rayo, dos contubernios de ocho soldados romanos cada uno, nos sorprenden. Ellos, los romanos saben que nos reunimos aquí. Por sus vestiduras los conocemos enseguida. Son liberrtos al servicio de Roma. El Maestro no ha dicho nada de mí cuando le han preguntado por el traidor. ¿Me habría elegido por obstinado, o por cínico?, Toda la firmeza, toda la valentía que me caracteriza, se hace patente ante el acompasado sonido de las botas de los soldados… Observo cómo Cayo Casio Longino de Cesárea, - el Centurión que manda el grupo -, baja de su caballo blanco y se queda plantado a la puerta de la bodega. Espera el saludo al César... Ante nuestro silencio, pasa hasta el fondo, nos dirige una severa y penetrante mirada. La tormenta hace que el cielo se vuelva negro. El tiempo se encoge y se dilata al mismo tiempo. La luz de las antorchas que llevan los romanos, da un aspecto siniestro a la estancia. Simón Pedro, - al que el Maestro llamaba “Kefar” -, se planta frente al centurión y le pregunta: - ¿A quién buscáis? - Al crucificador, al nazareno, al hijo del carpintero. Siento la mirada serena del Nazareno, y mi voz se acentúa poderosa con el eco. - ¡No está entre nosotros! - ¿Qué dices Judas? - ¡Que no le busquéis aquí! - ¡Ese no fue el trato! Ante el acoso de Tulio Vinicio voy retrocediendo, y uno a uno los treinta denarios ruedan acompasadamente por el suelo. - No le hemos visto, ¿acaso tú, mo le conoces? Barrabás, se alza de un salto, queriendo huir. Dos soldados le apresan con violencia y se lo llevan. Se oye de lejos el canto de un gallo. Cayo Casio Longino sale de la estancia. Le siguen los legionarios. El Nazareno se levanta, viene hacia mi y me pregunta; - Judas, hermano, y tú, ¿por qué te has arrepentido? ¿Por qué?. Yo sé por qué. El Nazareno tiene muchas razones para vivir. Se oye un trueno en todo el valle. Luego un sol radiante y los soldados ante esta clara señal de sus dioses, huyen despavoridos, dejando a Barrabás tirado a la entrada de la bodega. El centurión se queda atrás. María, Marta y el Nazareno se acercan a Barrabás y tomando agua en una jofaina, le van lavando una a una todas sus heridas, hasta que queda limpio. El Centurión le mira con envida La bodega queda desierta. Se alejan deprisa en la noche de tormenta. Cayo Longinos nos sigue a corta distancia suplica tambien agua para él. Silencio. Éxtasis. Podrán matarme, pero nadie. nadie me llamará traidor.