domingo, 19 de noviembre de 2017

Bienvenida tu tinta, MARIA JESUS LEZA 18-11-2017







Maria Jesús Lea, novelista, regatista, pintora, escenógrafa grabadora, Literario “Ciudad de Getafe 2000”, y por dos años consecutivos el de la “Semana Ibérica de Comunicaciones”; y ha sido finalista en certámenes como los de ”Relatos de mujer” del Ayuntamiento de Bilbao y el del “Ateneo Cultural 1º de Mayo de Madrid”. Tiene publicado un libro juvenil en la editorial ELKAR de San Sebastián titulado “Estrella de mar” y los libros de relatos “Verdi o la fuerza del sino y otros relatos sobre músicos” y “Suite Oriental” en la editorial Alpuerto.

Artista integral, pinta aquí con letras y corcheas un relato emocionante.







CONCIERTO Nº 2 PARA PIANO



 En la sala de conciertos se ha hecho el silencio. Salgo entre cajas y avanzo hacía el centro del escenario con paso firme y seguro. Se oye una fuerte ovación y saludo con una leve inclinación de cabeza con la mano apoyada en el soberbio piano de cola, luego me siento en la banqueta a la vez que echo a un lado la falda de seda roja a juego con mis cabellos y que me sienta tan bien. Miro al director. Éste me regala una sonrisa de aliento mientras alza la batuta. Entonces mis dedos comienzan a deslizarse por el teclado dispuesta a convertirme en el mismísimo Brahms interpretando su “pequeño gran concierto”, como él mismo solía llamarlo.



ALLEGRO NON TROPPO.



Recuerdo aquella luminosa mañana de abril en que acudí a la Delegación del Ministerio de Cultura. Se me había notificado por carta el resultado de las oposiciones y yo había conseguido sacar el número uno. Estaba loca de alegría. Me sentía pletórica, exultante, la reina del universo. El número uno significaba una segura plaza como pianista en la Orquesta Nacional. Mientras caminaba por la calle, mi imaginación volaba. Me veía rodeaba de artistas e intelectuales codeándome con los más importantes solistas y directores del momento,  dando conciertos y viajando por todo el mundo.

Pero ya en la Delegación y frente al tablón de anuncios, sentí que ese universo repleto de éxitos se venía abajo. Junto a mi nombre se podía leer claramente el número cinco. Me quité las gafas y el edificio comenzó a dar vueltas. Algo se rompió en mi interior como a la lechera se le rompió el cántaro. Más tarde intenté razonar con tranquilidad; no había duda de que había habido un error y los errores obviamente podían solucionarse.

Comenzó entonces el frenético peregrinaje por los distintos despachos del Ministerio. Nadie sabía nada.  De un sitio me mandaban a otro y mis numerosas cartas de protesta eran devueltas al remitente. Hasta que un día recibí una en la cual se me notificaba que el error lo había cometido el funcionario que escribió las listas. Una disculpa pueril y absurda, una burda ofensa a la inteligencia.





ALLEGRO APPASIONATO



Estaba indignada, furiosa. Aquello no podía quedar así. Decidí acudir a un buen abogado, el mejor de la ciudad, el mas caro. Recurriría a un préstamo bancario si era necesario. Una amiga me lo presentó; se llamaba Juan Luis Larrañeta y aceptó llevar mi caso con  interés pero también con cierto escepticismo.

“Veo este asunto un poco difícil y complicado pero veremos que podemos hacer, me dijo”

A las dos semanas volvió a citarme en su despacho. Una vez allí me notificó que el caso no tenía solución y que me olvidase del incidente, ya que él había contratado un detective y éste había averiguado que  el número uno se lo habían dado a un sobrino del ministro de Cultura. “¡Vaya escándalo que voy a armar!”, Salté yo temblando de indignación. Voy a escribir a todos los periódicos y acudir a los medios de comunicación.

“No lo hagas, Silvia. No tienes pruebas. La única que teníamos, la carta del Ministerio, ya no nos sirve. El funcionario no era tal, sino un empleado proveniente de una empresa de empleo con contrato temporal. Ya no trabaja en el ministerio y está ilocalizable. El único testigo que podía testificar a tu favor. Todo lo que intentes hacer puede volverse en tu contra”, me advirtió.

“¡Entonces dime el nombre de ese hijo de puta. Quiero decirle a la cara todo lo que pienso! “Ni lo sueñes”, me contestó, “Por lo poco que te conozco y tratado, intuyo que eres una mujer apasionada e impulsiva, temo que cometas alguna tontería”

Ofuscada y llena de indignación le lance una serie de amenazas e insultos.

“Además de impulsiva eres vanidosa y estás llena de soberbia, me dijo sin inmutarse con su frialdad habitual.”

Entonces recurrí al arma que me quedaba, rompí a llorar recurriendo a las  lágrimas de cocodrilo.

No sé si mi fingido llanto le conmovió o influyó que aquella mañana me había puesto mi mejor vestido y me había maquillado con esmero, el caso es que finalmente me reveló el nombre del miserable.

Se llamaba Sebastián Andrade y en realidad era sobrino de la mujer del ministro, por eso no llevaba su apellido, trabajaba como profesor en una academia particular de música bastante conocida,  la Academia Santa Cecilia.

Al  despedirme de Juan Luis Larrañeta y antes de salir del despacho, le planté un beso en la mejilla, él sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió el carmín con una sonrisa un tanto cínica. “Espero que no cometas ninguna locura, Silvia”.









ANDANTE

Medio escondida detrás de un árbol observé que los profesores eran los últimos en salir de la Academia Santa Cecilia e que invariablemente acudían a un café  muy cerca de allí.

Los profesores eran cuatro, dos hombres y dos mujeres. Uno de ellos estaba descartado pues me pareció bastante maduro, el otro de unos treinta y muchos o cuarenta y pocos debía de ser sin duda Sebastián Andrade. Era bajito, moreno, me recordaba vagamente al actor Jorge Sanz.

Al día siguiente entré en el café muy arreglada, con una carpeta llena de partituras. Al pasar junto a la mesa  donde estaban sentados dejé caer la carpeta y  las partituras se esparcieron por el suelo.

Sucedió lo que yo esperaba, él se levanto y me ayudó a recogerlas. “Por lo que veo, tú  también te dedicas a la música”, comentó con una amplia sonrisa. Luego me invitó a sentarme con ellos y me presentó a sus compañeros. Era simpático, amable y en cierto modo bastante atractivo, además sabía mucho de música, su gran mito era  Debussy, soñaba con ser un gran intérprete de ese compositor. “A mi también me apasiona Debussy”, le dije.

Desde aquel día iba a buscarle todas las tardes a la academia. Invariablemente dábamos un paseo por la ciudad y acudíamos algún que otro concierto del teatro Municipal. “Pronto dejarás de venir a buscarme, Silvia,” me rebeló un día, El mes que viene me traslado a Madrid. Voy a incorporarme a la Orquesta Nacional. He ganado la plaza  por oposición”

“¡Oh! ¡Que suerteeeee!” Exclamé, abriendo mucho la boca  fingiendo sorpresa. 

“Pero no estoy dispuesto a renunciar a ti, Silvia, no quiero perderte. Tenemos que continuar esta relación. Quiero presentarte a mis padres”, me confesó tomando mi mano entre las suyas.



ALLEGRETTO GRAZIOSO



La casa de los padres de Sebastián se hallaba en el mejor barrio de la ciudad. Decorada con exquisito gusto, el almuerzo era servido por doncellas con cofia y guante blanco. Los padres eran discretos y amables yo me había vestido con sobria elegancia para ocasión, sin abusar del maquillaje. Frente a mí estaba sentado Adrián, el hermano mayor de Sebastián. Me llamó la atención desde el principio. Quizás no era tan guapo como su hermano pero si mucho mas interesante. Era economista, adjunto al director de una importante empresa. Apenas hablaba, de vez en cuando me lanzaba una mirada escrutadora, como examinándome. Yo, a mi vez, le respondía con miradas incendiarias como mis cabellos. Después de la cena y cuando Sebastián me acompañó a casa, sentí que algo nuevo había sucedido en mi interior.

Al día siguiente sonó el teléfono. Era Adrián. Quería verme, hablar conmigo. Nos citamos en un café de las afueras cerca del río. Acudí a la cita nerviosa y a la vez ilusionada. En cuanto nos saludamos con un frío beso en la mejilla y me senté junto a él, fue directamente al grano. “Ayer, durante la cena, ¿por qué me mirabas de ese modo? me gustaría saberlo, Silvia”, me espetó, “Tú también lo hacías”, le respondí, “más bien me desnudabas con la mirada, diría yo”.

“No has contestado a mi pregunta, pero has de saber que quiero mucho a mi hermano, tú eres su novia y no voy a consentir que le perjudiques. En realidad sabemos muy poco de ti, y opino que un mes de relación no es suficiente para comprometerse con nadie, dime la verdad, Silvia, ¿Estás enamorada de Sebastián?”

“¿A qué viene este interrogatorio, quién te crees que eres?- le respondí con el corazón en un puño y sintiéndome tambalear- Te miraba en la cena por que me sentía atraída por ti, eso es todo”.

“Mira, Silvia, en mi relación con las mujeres prefiero ser yo quien tome la iniciativa. Pero sigues sin contestar a mi pregunta, ¿estás enamorada de Sebastián?”

“No, no estoy enamorada de él”-me salió seca y rotundamente.

“Entonces, ¿qué es lo que pretendes, en realidad?”

“No lo sé”- Le confesé, sintiendo su intensa mirada sobre mí y dando la batalla por perdida.

Comencé a llorar y esta vez las lágrimas eran de verdad. Con voz entrecortada le conté todo, desde el día en que acudí a la Delegación del Ministerio hasta ese mismo momento.

Entonces ocurrió una especie de milagro. Adrián me abrazo tiernamente mientras decía con una voz muy dulce. “No te preocupes, Silvia, todo va a arreglarse, yo me ocupo”



Y efectivamente así fue. Viajamos juntos a Madrid y allí me presentó a su amigo Yuri Stefanovik director de la Joven Orquesta de la Comunidad Europea, que me citó para una audición en el Auditorio Nacional del que salí  satisfecha y con grandes esperanzas.

A los diez días llamó para notificarme que me había elegido como solista para debutar en el Concierto para piano nº 2 de Brahms.



FINALE.-



Hemos llegado al Finale, un movimiento luminoso y relajado, donde todo es aire y ligereza. He superado la prueba con creces y he dado todo lo que había en mí Con un vigoroso movimiento de brazos el director marca el acorde final donde entran el pianoforte y toda la orquesta. Se han encendido las luces en la sala, Yuri Stefhanovic se vuelve hacía el público con una leve inclinación de cabeza, después me premia con una sonrisa y con un gesto ordena que me levante mientras se oyen aplausos enfebrecidos mezclados con bravos. Doy un paso al frente y saludo con una elegante y estudiada reverencia. Los aplausos y bravos parecen no tener fin. En la tercera fila veo a Adrián que aplaude y sonríe arrobado. Siento que el corazón se me va a salir del pecho, le miro y pienso si no será amor o más bien agradecimiento lo que siento. Pero pase lo que pase siempre tendré la música, ese arte insuperable y sublime que nos ayuda a salvar todos los obstáculos y todas las desgracias que nos pueden ocurrir en la vida.       

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