Desde que aprendí a leer, a la vez que empecé a robar, he ido apropiándome de multitud de libros ajenos.
Desde entonces mis víctimas, son aquellos de
los que estoy seguro que sus dueños les han abandonado.
A diario todos me enseñan algo.
En los “Lugares de reposo” que he visitado y
no por gusto, hay pequeñas bibliotecas en las que siempre sobra alguna joya
antigua que me pide protección y custodia.
¿Dónde van a estar, mejor que conmigo?
En la página trece de cada uno de ellos pongo
la fecha del delito.
Al final, un comentario alusivo al texto.
Éste no sé a qué obra de arte corresponde,
pero dice:
“Entraré en la
cárcel por leer, pero seguiré robando. Saldré de la cárcel por robar, pero
seguiré leyendo.”
He tenido que comprar una enorme mansión para
alojar a todos mis libros.
Son mis amigos.
No se merecen menos.
Ahora soy un hombre culto, tengo inmunidad
diplomática y ya no me persiguen por ladrón.
En mi profesión he ganado experiencia, pero
ellos, - mis perseguidores -, no saben para que me sirve.
Ha tenido que llegar el día de hoy, para
darme cuenta de la gravedad del problema, cuando alguien me ha preguntado, que
era eso de la fiesta del Samhain, y es que no sólo nos han robado la fiesta,
sino también la palabra. Entonces me he venido aquí, y he leído con la pasión de u ciego, conla voracidad de un loco, con la intensidad de un moribundo.
Y aquí
en la esquina del futuro, en el jardín de mi amplia biblioteca, como la Santa
Compaña, han empezado a desfilar, una serie de palabas olvidadas, reclamando su
lugar en la tierra que siempre ha sido suya
He leído con la pasión de un ciego, mientras mi
juguete preferido, el diccionario se llenaba de ausencias.
He entrado por las más antiguas puertas de la
tinta, he dibujado el contorno amarillo de sus páginas, he sorteado la silueta
de sus letras, con sigilo para evitar perderme en la cordura, hasta que la
fantasía ha multiplicado mi memoria
Y ahora, rejuvenecido y feliz, con mis armas
dispuestas para desigual batalla, espero a la entrada de mi mansión, el retorno
del maestro que me enseñó a leer.
Tal vez hoy ese mago, ese maestro, ese autor,
traiga la antología de mi propia obra y pueda descansar, al lado de
ese diccionario, ahora sí, cargado de palabras de mi lengua, con
sentido.
Tendré paciencia hasta que llegue, y mientras
tanto, cogeré alguna joya de la literatura universal.
Valdrá la pena.