#MiMejorMaestro.
LA
LOBA BLANCA
JOSÉ MARIA GARRIDO DE LA CRUZ
HOMENAJE AL MAESTRO
D.
LAUREANO PRIETO RODRIGUEZ
(1907-1977) Maestro, etnógrafo y literato.
RElato elaborado a partir de su obra «La zoantropía en Galicia»,
Antes
de empezar la clase, el viento se descuelga de la montaña, y deja entrever los
últimos alaridos de la noche.
No es
mi abuelo, y yo le miro con asombro porque tiene el pelo vestido de nieve.
Bajo
su sombrero siempre hay alguna sorpresa.
A mi
todo me causa sorpresa, la nieve, la música de los carros, los trajes de paja,
las tormentas y los lobos.
En
su gabardina, - que tiene una raya negra en la manga -, se oculta la sabiduría
de los genios.
Al
llegar a la escuela, la deja colgada en un perchero de madera de castaño. Los
mayores dicen que lo ha hecho él, con sus manos y con una navaja que le regaló
un pastor el día de su boda.
El perchero está lejos del encerado y de las
tizas.
Me
recuerda al castaño grande que da sombra al corral de mi casa. Es del mismo
color.
Desde
allí, el intenso verde de los prados se escapa vertiginoso y vertical hasta la
cuenca del rio que marca la frontera.
Las vacas,
las ovejas y las cabras conocen bien el camino de la ribera. Allí, entre los
espesos pinares, se esconde la gran loba blanca.
Tengo
los ojos muy abiertos, le miro y voy guardando su relato dentro de mi memoria.
Me
han crecido las orejas para escucharle mejor.
Ya sé
por qué hay tanta yerba, tantos árboles y tantos animales. Es la lluvia, el frio,
el agua de la montaña, la nieve. La misma nieve que da color a su pelo.
El
maestro nos dice que es porque estamos en el centro de la comarca de “las
Frieiras”, donde los celtas decían que nacía el frio y mis ojos se hacen más
grandes.
El
encerado, la mesa y el maestro están muy cerca.
El pastor
que le regaló la navaja con la que hizo el perchero entonces debía tener mucho
frio porque iba vestido con un largo traje de paja, pero don Laureano no nos
cuenta ni como se llama, ni como se hacen esos trajes. Se guarda su secreto en el
sombrero.
Nos
dice que para guardar su ganado ya no tiene perros. A su lado descansa tumbada
una hermosa loba blanca.
Nadie
habla. La estufa de carbón nos hace olvidar el frio, pero el color de la nieve
se mete por las ventanas.
El
pastor sabe quién es la loba y yo no.
Y me
vuelve a atraer la voz del maestro que sigue contándonos la historia de la loba
blanca.
Aquella
mujer, alta hermosa y desgraciada, se acerca todas las noches de luna llena, después
de la puesta de sol, al lavadero. A su lado un gran pilón sirve para que beban los
animales. Los pastores llevan allí, a
esa hora, a sus ganados.
Uno
de ellos tiene colgada en su cinto, una flauta de madera de castaño con tres
agujeros. Su música espanta a los fantasmas, a los espíritus malignos.
Su
música le produce paz y mira al pastor, como yo miro al maestro, hasta que se
oyen las voces de los cazadores y de los criados de su padre. Entonces corre
ladera abajo, cuidando que sus faldones no se enganchen con las zarzamoras.
Su
padre nunca la verá casada con su primo, el rico.
El
viento, el eco y las montañas repiten la maldición y las amenazas de su padre.
-
¡Te
convertirás en loba! ¡Eres una loba! ¡Eres una loba!
Y
nadie la encuentra.
A la sombra de una grieta, un perro le cede la agudeza de su
olfato y sus oídos. Ella sigue huyendo y
por detrás de la última sima, el águila pone en sus pies la agilidad de sus
alas. Y una hiena perdida en el precipicio, le regala sus cuatro patas de acero
y la ferocidad de su especie.
Ahora
ya puede volver al gran pilón. Lo hace despacio, subiendo, despojándose de todo
resto de piedad y con sus ojos de lince busca a los pastores de su padre, a los
cazadores.
Ya
no tiene prisa; ya no tiene miedo.
A lo
lejos el sonido de una flauta de madera de castaño.
Aprieta
el paso olvidando el reguero de sangre que deja detrás.
Su aullido se confunde con el sonido de la
campana de Don Laureano.
¡Que
fastidio, la clase ha terminado!
El
maestro se levanta, acaricia el perchero y se pone la gabardina y el sombrero y
nos saluda.
Está
nevando.