martes, 19 de enero de 2021

#MiMejorMaestro.

 

         
#MiMejorMaestro
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LA LOBA BLANCA

          JOSÉ MARIA GARRIDO DE LA CRUZ

          HOMENAJE AL MAESTRO  

D. LAUREANO PRIETO RODRIGUEZ

(1907-1977)   Maestro, etnógrafo y literato.


RElato elaborado a partir de  su obra «La zoantropía en Galicia»,


Antes de empezar la clase, el viento se descuelga de la montaña, y deja entrever los últimos alaridos de la noche.

No es mi abuelo, y yo le miro con asombro porque tiene el pelo vestido de nieve.

Bajo su sombrero siempre hay alguna sorpresa.

A mi todo me causa sorpresa, la nieve, la música de los carros, los trajes de paja, las tormentas y los lobos.

En su gabardina, - que tiene una raya negra en la manga -, se oculta la sabiduría de los genios.

Al llegar a la escuela, la deja colgada en un perchero de madera de castaño. Los mayores dicen que lo ha hecho él, con sus manos y con una navaja que le regaló un pastor el día de su boda.

 El perchero está lejos del encerado y de las tizas.

Me recuerda al castaño grande que da sombra al corral de mi casa. Es del mismo color.

Desde allí, el intenso verde de los prados se escapa vertiginoso y vertical hasta la cuenca del rio que marca la frontera.  

Las vacas, las ovejas y las cabras conocen bien el camino de la ribera. Allí, entre los espesos pinares, se esconde la gran loba blanca.

Tengo los ojos muy abiertos, le miro y voy guardando su relato dentro de mi memoria.

Me han crecido las orejas para escucharle mejor.

Ya sé por qué hay tanta yerba, tantos árboles y tantos animales. Es la lluvia, el frio, el agua de la montaña, la nieve. La misma nieve que da color a su pelo.

El maestro nos dice que es porque estamos en el centro de la comarca de “las Frieiras”, donde los celtas decían que nacía el frio y mis ojos se hacen más grandes.

El encerado, la mesa y el maestro están muy cerca.

El pastor que le regaló la navaja con la que hizo el perchero entonces debía tener mucho frio porque iba vestido con un largo traje de paja, pero don Laureano no nos cuenta ni como se llama, ni como se hacen esos trajes. Se guarda su secreto en el sombrero.

Nos dice que para guardar su ganado ya no tiene perros. A su lado descansa tumbada una hermosa loba blanca.

Nadie habla. La estufa de carbón nos hace olvidar el frio, pero el color de la nieve se mete por las ventanas.

El pastor sabe quién es la loba y yo no.

Y me vuelve a atraer la voz del maestro que sigue contándonos la historia de la loba blanca.

Aquella mujer, alta hermosa y desgraciada, se acerca todas las noches de luna llena, después de la puesta de sol, al lavadero. A su lado un gran pilón sirve para que beban los animales.  Los pastores llevan allí, a esa hora, a sus ganados.

Uno de ellos tiene colgada en su cinto, una flauta de madera de castaño con tres agujeros. Su música espanta a los fantasmas, a los espíritus malignos.

Su música le produce paz y mira al pastor, como yo miro al maestro, hasta que se oyen las voces de los cazadores y de los criados de su padre. Entonces corre ladera abajo, cuidando que sus faldones no se enganchen con las zarzamoras.

Su padre nunca la verá casada con su primo, el rico.

El viento, el eco y las montañas repiten la maldición y las amenazas de su padre.

-        ¡Te convertirás en loba! ¡Eres una loba! ¡Eres una loba!

Y nadie la encuentra.

A la sombra de una grieta, un perro le cede la agudeza de su olfato y sus oídos.  Ella sigue huyendo y por detrás de la última sima, el águila pone en sus pies la agilidad de sus alas. Y una hiena perdida en el precipicio, le regala sus cuatro patas de acero y la ferocidad de su especie.

Ahora ya puede volver al gran pilón. Lo hace despacio, subiendo, despojándose de todo resto de piedad y con sus ojos de lince busca a los pastores de su padre, a los cazadores.

Ya no tiene prisa; ya no tiene miedo.

A lo lejos el sonido de una flauta de madera de castaño.

Aprieta el paso olvidando el reguero de sangre que deja detrás.

 Su aullido se confunde con el sonido de la campana de Don Laureano.

¡Que fastidio, la clase ha terminado!

El maestro se levanta, acaricia el perchero y se pone la gabardina y el sombrero y nos saluda.

Está nevando.

1 comentario:

  1. Me encanta tu final "Está nevando" Muy buena narrativa y el recuerdo con cariño de tu maestro, fue un gran amigo de mi padre y yo de su hijo Pepe E.P.D.

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