La elocuencia del título es suficiente para definir esta nueva película del director ruso, Andrey Zvyagintsev, ciento doce minutos de cine que han cosechado numerosos premios internacionales durante el año de su estreno entre otros, el Premio del Jurado en Cannes 2017, en la que se pone de relieve la decadencia de las relaciones humanas. Boris (Aleksey Rozin) y Zhenya (Maryana Spivak), una pareja rusa de clase acomodada, que ha llegado al odio, prepara su futuro al margen del obstáculo principal, Alyosha (Matvey Novikov), su hijo de doce años, pero los problemas se multiplican con su desaparición, problemas, o hilos de los que tirar, para realizar una dura crítica a la Rusia del momento. La luz difusa, el entorno oscuro, la nieve, las ventiscas, el frio que se hace sentir en los huesos, la música obsesiva, persistente, son elementos simbólicos de las turbulencias más íntimas. Es en suma un drama inquietante, que hasta el final. mantiene la atención del espectador.
la curiosidad, es la fuente de inspiracion de esta herramienta, el respeto la segunda pata y la comuinicación la tercera.
lunes, 29 de enero de 2018
SIN AMOR, CINE
La elocuencia del título es suficiente para definir esta nueva película del director ruso, Andrey Zvyagintsev, ciento doce minutos de cine que han cosechado numerosos premios internacionales durante el año de su estreno entre otros, el Premio del Jurado en Cannes 2017, en la que se pone de relieve la decadencia de las relaciones humanas. Boris (Aleksey Rozin) y Zhenya (Maryana Spivak), una pareja rusa de clase acomodada, que ha llegado al odio, prepara su futuro al margen del obstáculo principal, Alyosha (Matvey Novikov), su hijo de doce años, pero los problemas se multiplican con su desaparición, problemas, o hilos de los que tirar, para realizar una dura crítica a la Rusia del momento. La luz difusa, el entorno oscuro, la nieve, las ventiscas, el frio que se hace sentir en los huesos, la música obsesiva, persistente, son elementos simbólicos de las turbulencias más íntimas. Es en suma un drama inquietante, que hasta el final. mantiene la atención del espectador.
REGRESAR A CHILE DE JAVIER DIAZ GIL
miércoles, 24 de enero de 2018
LA SONRISA DE ANÚ
Desde
las ventanas de mi hotel se aprecia con nitidez el gran agujero en la falda de
la montaña. Aún se conservan en la cumbre los restos de algunas cruces del
viejo cementerio.
Fue al atardecer de la fiesta de Samhaín, hace
ya veintisiete años.
Como
hoy, era viernes, 31 de octubre.
Desde
entonces los musgos y los helechos cubren todos los caminos que llevan al
antiguo cementerio.
Como
yo, tampoco han dejado de llegar turistas a la aldea.
- Perdone,
no me daba cuenta de que es posible que no sepa nada de esa fiesta. - le digo mientras
nos incorporamos al grupo que camina hacia el valle -, no está de moda. Ese
día, se encuentran aquí los vivos y los muertos. Soy Lucas Jordán, antropólogo -,
estamos alojados en el mismo hotel.
- ¿Cómo?
- Es
hora de evaluación de los frutos de la tierra y de las obras de sus habitantes.
-
Siga, por favor, mi nombre es Balbina Fontes, novelista. Conozco el tema a través
de los libros, pero nunca me lo había explicado un antropólogo me
parece muy interesante.
- Las fiestas de origen pagano, como esta de la recolección.
están asociadas con la naturaleza y la forma de vivir de nuestros antepasados.
Como hoy aquel día no llovía, pero el cielo tenía un color plomizo.
Hay
riesgo de tormenta.
En
el valle se aprecia un extraño silencio. Caminamos por una senda angosta y
empinada, hasta cerca de la ribera del río, cuando el camino se corta con una
pared de troncos en descomposición, que nos impide seguir.
Es
una mujer alta, elegante, con melena rubia, joven, parece culta.
Yo
diría que ha viajado mucho. Desde pequeño me había imaginado así a las diosas, como
ella.
- ¿Ha
oído alguna vez hablar de la leyenda de los siete hombres del traje de paja?
No
es mi intención asustarla. Se dice que
esa montaña está totalmente horadada y que en su interior vive una extraña
comunidad de monjes que siguen las creencias de la diosa Anú.
Se dice. Solo se dice.
- ¿Está seguro?
- Como usted, todos quieren oír las voces de
esos monjes, sus cantos, o sus llantos.
Veo
como se agitan sus pendientes de plata.
- No
se asuste, sólo es un trueno. Entonces el estruendo fue mucho mayor. Pudo oírse
más allá de estos valles, y el pequeño río Pereiro, cerca del que ahora nos
encontramos se desbordó.
- Nunca
antes había oído hablar de los hombres de traje de paja de algo parecido.
- Mire hacia arriba. Hacia la mitad de la falda de la montaña por
ese lado, entonces se abrió un descomunal boquete. ¿Lo ve?
- Es enorme.
- De aquellos hombres de traje de paja, solo quedan
doce Todos los demás han muerto. Pero también
se dice que hay novicios esperando. ¿Ve esa especie de bancos de piedra en forma
circular?
- Sí.
- Allí se sientan todos los días 31 de octubre,
como hoy, después de dar doce vueltas a la pradera, para escuchar.
- ¿Para
escuchar, qué? ¿Doce vueltas por qué?
- La
leyenda habla de la simbología de los números.
Balbina
tiene el rostro sobrecogido.
Abajo
las siete sombras alargadas de los monjes, tras rodear doce veces la pradera, se
quedan sentadas sobre las piedras quedan dispuestas en semicírculo perfecto.
Doce
veces se oye el tañido lejano y largo de la campana de la iglesia.
Parecen
estar cubiertas con hábitos.
En
el valle hay un extraño silencio.
Dicen
que cantan.
- Me gustaría verlos más de cerca. ¿Avanzamos?
Accedo
mientras comienzo a descender por una senda aún más angosta.
Siento
cercano el ondular de su cabello rubio y largo.
Su
agradable perfume, que podría ser semejante al de la diosa Anú me inunda.
Camina despacio, detrás de mí, con cierta dificultad, a pesar de las cómodas
sandalias que ha traído para la ocasión.
Al
cruzar el cauce seco del rio Pereiro, me adelanta con paso decidido para
iniciar el ascenso.
- ¿Como se llama usted?
- Balbina Fontes -, responde sin volverse
Sigue
ascendiendo hasta el segundo repecho, siempre mirando al enorme agujero
excavado en la montaña.
Un
grito de horror y desesperación se escapa de mi garganta.
- ¡Balbina!
Una
columna de humo se levanta del lugar que pisan sus sandalias, y un aroma
sulfuroso inunda el entorno.
Me
quedo rígido, mirando al gran agujero. Allí, tras la larga fila de sombras,
ella me saluda con una sonrisa cómplice.
Ya
en el hotel, compruebo que no hay registrada ninguna mujer con el nombre de Balbina
Fontes.
domingo, 21 de enero de 2018
EL TREN SE LLEVÓ NUESTRO SUEÑO
sábado, 20 de enero de 2018
ESTOY LLEGANDO
Al principio no era así. No te asustes. A lo largo del
viaje he perdido kilos, adquiriendo una imagen muy distinta de la que tenía
antes, acorde con mis necesidades primarias, he tomado una forma extraña,
cilíndrica, alargada, flexible, rugosa. Ahora lo importante es no perder
altura, sujetarme bien a estas paredes cada vez más gelatinosas, para ello
¿necesito la vista? No, el objetivo no es verte y que me veas. He de vencer el
poder de las corrientes jabonosas que siempre bajan. ¿Necesito el oído? Si, es
fundamental, para oír tus gritos mientras me acerco. Necesito el tacto para que
sientas el frio de mis caricias, para que sientas el dolor en mi presencia. No,
no soy una amenaza todavía; estoy lejos, pero me acerco despacio a tus pies.
Estás descalza. Solo falta un recodo. Dentro de un momento un grito. Intentarás
pisarme, te morderé en el hueso y dormirás. Dormirás aterrada mientras te
envuelvo con mis escamas y mis anillos; y perderás el color. Ya estoy saliendo
por el sumidero de la ducha en tu casa y no me has visto; pero yo sí, aunque no
tengo buena vista; El jabón, como el gel, es un peligro, me hace resbalar.
Calmará mi sed. Ya lo siento, ahí está tu pie, el izquierdo, el tobillo, el
hueso. Está salado. Es inútil, no grites, nadie te va a oír. Por tu cuerpo
desnudo y limpio, voy a ascender latinoso, no opones resistencia, pero no te
derrumbes, podrías aplastarme algún anillo. Mientras subo por tus piernas ¿te
puedo contar mi historia? Se que no se lo dirás a nadie. No te dará tiempo.
Tienes una piel muy suave. Llevo mucho sin comer. No te preocupes iré despacio,
sujétate si quieres a los grifos y échate perfume caro, no me gusta que huelas
a sudor. Y lucha. Es aburrido que no opongas resistencia. Te creía más fuerte.
Yo era tímido, no recuerdo si masculino o femenina.
Ahora esperaré un momento, antes de seguir; tómate un
respiro.
No me gusta la violencia, pero ya te he dicho que
llevo sin comer más de seis días. ¡Qué bonitas! No te has quitado la pintura de
las uñas. No te preocupes, será un momento inolvidable. ¿Qué te pasa? Acaricio
tus hombros y no hablas, tus manos no responden, diviso tu boca ya bien cerca,
armada hasta los dientes temblorosos, tienes la lengua rígida. Esa saliva verde
que escondes en los labios es lo único que no me gusta. Me produce cierta
repugnancia. ¿Respiras, todavía? Sí, noto el vertiginoso latido de tu corazón
entre mis escamas y esa mirada que se va perdiendo en un horizonte cercano, que
te ahoga despacio, despacio.
viernes, 19 de enero de 2018
Bienvenida tu tinta IGNACIO RIVAS
jueves, 18 de enero de 2018
“OPERACIÓN SINTAGMA”
Es esta una versión del relato "los guantes", ya publicado en este blog , revisado y reformado. Entre las reformas destaca el cambio de narrador.
Nótense las diferencias.
Conocí a
Joaquín en aquellos tiempos aciagos en los que por mis errores no me dejaban ver
el sol. Era un hombre primitivo, solitario, amable, creo que tímido e indeciso.
Se dejaba manejar. A través de él pude seguir
haciendo desde la sombra aquello que más me gustaba: dirigir el mundo, y
se me daba bien porque todos hacían mi voluntad. Pero ahora, ya libre, le
necesito más que nunca para seguir adelante con la operación
Le conozco
mucho más de lo que él cree conocerme a mí, por eso sé lo que hace a diario;
conozco a sus dos únicas amigas, sus turnos de trabajo, los sitios que
frecuenta, dónde desayuna y dónde se compra la ropa. Creo firmemente en ese
dicho que afirma que la información lleva al poder.
Y aunque él
no lo sepa, es el eslabón que necesito para controlar a “Sintagma”.
He venido
de nuevo hasta aquí, como los dos últimos fines de semana, para encontrarme con
él.
Esta es
nuestra tercera cita. Hoy también vendrá.
Es
arriesgado, espero que no me descubra.
-
Buenas tardes
-
¿Cómo estrás, Ana?
-
Muy bien, muy tranquila.
Le saludo con dos besos, luego se sienta
frente a la mesa baja y dobla su gabardina.
Nos sentamos y el camarero, que ya
nos conoce, enseguida bien a servirnos.
-
¿Lo de siempre?
-
Si por favor, con mucho alcohol.
Me gusta tu gabardina, - le digo, mientras me
siento a su lado. Mi voz es sugerente.
-
Me la pongo cuando siento frio interior.
-
Se acerca la Navidad. Ya está helando.
- Por eso me la he puesto con el gorro “Cristino”.
Mira, este es su guante, - me
dice mostrándome el izquierdo, que saca del bolsillo -, hace juego con el
gorro. Siempre lo llevo. Es mi talismán.
Bien, sigue
sin reconocerme.
Bebo pequeños
sorbos y escucho atentamente.
-
El gorro tiene historia, pero no te impacientes, - me
dice él entusiasmado -, te la voy a contar.
Habla durante varios minutos, sin que yo pueda interrumpirle.
Le miró fijamente.
-
Decía llamarse Cristina, de ahí el nombre de ese gorro. Desconocemos
todavía su origen, su edad ni su verdadera identidad. Denotaba una alta clase
social, porque ni siquiera cuando llegó a aquel lugar inhóspito, perdió su
elegancia. Era alta, rubia y joven. Lo
tenía todo.
-
¿Pero por qué me cuentas esto a mí?
-
Necesito contárselo a alguien, - Joaquín creo que es sincero, ingenuo
-, tú me inspiras confianza.
-
Gracias, - le digo acercándome más a él.
-
Cuando pasaba a nuestro lado temblábamos, y no de miedo.
-
¿Por qué?
-
Era seductora. El miedo nos entró cuando supimos, por los papeles, que,
desde el escalón más alto, manejaba los hilos de “Sintagma”, una gran
organización internacional de tráfico de armas.
-
Vosotros los guardianes, ¿tenéis acceso a los papeles?
-
En eso se basa nuestra seguridad. Tenemos que tener más información,
más poder que los delincuentes.
Escucho con
la máxima atención.
-
¿Llevas mucho tiempo en ese trabajo?
-
Mas de veinte años.
-
Entonces la conoces bien.
-
Sí- Era ella, La llamábamos “la princesa blanca”
-
Entonces, ¿Era muy peligrosa?
-
Por eso estaba presa, entre rejas,
- sigue diciendo, iluso de él -, aunque no conocíamos su verdadera identidad
-, el nombre de “Cristina, la princesa blanca” -, sólo era un “alias”, como los
preciosos guantes, que de vez en cuando, se ponía para ocultar sus manos.
Todo va bien.
-
¿Y?
-
Hacia mí tenía un trato especial; tal vez más confianza, o quizás yo
era el más ingenuo, el más vulnerable para caer en sus redes. La seducción era
su juego favorito, y jugaba continuamente, mientras nos hacia sudar.
- ¿Y qué pasó?
- Con nosotros estuvo poco tiempo. Yo no supe más de ella.
- Tu trabajo de car elero, según me contaste la
semana pasada, no era fácil.
- A
todo se acostumbra uno.
- ¿Sí? A mí no me gusta ese trabajo.
Vacía el
vaso de forma compulsiva.
-
¿Qué te pasa?
-
Me recuerdas mucho a ella.
-
¿A quién?
-
A Cristina. Decía
que cautiva entre nosotros, vivía mejor que libre en su país. Se fue en agosto,
al terminar la condena. Desde entonces no encuentro el otro guante.
-
¿Y dices que era rubia? ¿Cómo puedes estar seguro?
Nosotras podemos cambiar de aspecto y no seríais capaces de reconocernos.
-
Eso es verdad.
-
¿Te gustaría volver a verla o sentirías otra vez
miedo?
-
Miedo no.
Suena mi
teléfono. Me levanto. Dejo el bolso abierto.
Eb él
descubre con sorpresa el guante de color azul plomizo, como el suyo. Como mi
gorro.
Los segundos
se hacen horas.
No sé cómo va a reaccionar. “Sintagma” está en
peligro.
Espero con el teléfono al oído, aunque no me llama
nadie.
Ya viene. Disimulo.
Si me descubre, pondré en marcha el otro plan.
La otra mano ya está lista.
martes, 16 de enero de 2018
TRES ANUNCIOS EN LAS AFUERAS
En esta nueva entrega sagaz y realista, recién estrenada Martin McDonagh, el director de “Escondidos en Brujas”, nos ofrece 112
minutos de expectación, en los que la descripción de los personajes y el desarrollo de la acción nos desvelan la desnudez del alma de Mildred - interpretada de forma magistral por Frances Mcdormand -, dispuesta a descubrir quién violó y asesinó a su hija adolescente, una tragedia a todas luces evitable, decide tomarse la justicia por su mano. Es entonces cuando aflora el tesón, la ira, la venganza y el dolor, en la frontera entre la virtud y el delito, circunstancia que aprovecha para hacer una feroz crítica a los que en su país deberían mantener el orden
lunes, 15 de enero de 2018
EL VECINO DE ANGÉLICA
El reloj de pared, regalo de boda de mi
madre, marcaba las tres y veinte de la tarde.
Yo
creí que era una inocentada, pero se fue a la cama.
Pablo era un hombre de ciudad, amante de las tradiciones y de su familia, Le apasionaban el estudio de los astros y las matemáticas. Decía que la música era la exactitud, y como tal gestionaba su economía permitiéndonos así un buen nivel de vida em provincias.
De
soltera tuve que luchar por él. Le llamábamos” el príncipe de los ojos negros.”
Era deseado por todas mis amigas, aunque entonces ya era bastante
hipocondríaco.
Me
dijo que era un frio raro, de hielo, en oleadas. Luego ataques de calor
intenso, pinchazos de fuego.
Le
llevé un caldo caliente y me di cuenta de que no estaba allí.
El
grito fue terrible. Angélica la vecina del segundo subió asustada a casa.
-
¡Mi marido, Pablo! ¡Estaba en la
cama, y ya no está! ¡No ha salido y no está!
-
¿Como que no ha salido y no está?
¿Le has buscado bien?
-
Si, si, por toda la casa. No es
partidario de los sustos. Además, me ha dicho que tenía frio. Le he traído el
caldo y no está.
-
Vamos, te ayudaré a buscarle.
-
¡Pablo! ¡Pablo!
-
¿A que huele en el dormitorio?
Llevo
unos días recuperándome de un fuerte resfriado.
-
A nada.
-
¿Seguro? Yo noto un cierto tufo a
quemado. spera unmomento.
Levantó la ropa de la cama. En la sábana, humeante, se dibujaba
una mancha de color tostado del tamaño de un cuerpo. Angélica tuvo que
sujetarme antes de caer desmayada.
Mi vecina vendió el piso una semana después. Han pasado ya dos meses, pero aún conservo su teléfono. La llamaré No puedo más.
Mi vecina vendió el piso una semana después. Han pasado ya dos meses, pero aún conservo su teléfono. La llamaré No puedo más.
-
¿Angelica? Soy Ainoa, ¿me
recuerdas? Tu vecina, me gustaría hablar contigo esta tarde, ¿tomamos un café?
El
reloj parece dejar de moverse hasta la hora del encuentro.
Angélica
llega puntual y después de los saludos comenta:
-
Yo prefiero que el café lo tomemos
lejos de aquí.
-
De acuerdo. Demos un paseo.
-
Cuéntame.
-
Te llamé porque no puedo más.
¿Recuerdas lo de Pablo?
-
Claro que lo recuerdo, no se me ha
olvidado cuando descubrimos en la cama aquella mancha marrón
-
Es que a partir de aquel veintiocho
de diciembre me volví loca, porque él sigue allí, a mi lado, y no se ha ido.
-
¿Como?
-
Desde entonces todos los martes,
después de trabajar, a las tres y veinte de la tarde me llama por teléfono.
-
¿Que?
-
¿Que a las tres y veinte de la
tarde, todos los martes te llama por teléfono?
-
Sí, hoy es martes. Ya es casi la hora. Me ha
recomendado que no venda el piso, y hasta ahora, pese a todos los recuerdos, le
he hecho caso. Si lo vendo, dice que no podrá volver.
-
¿Y qué vas a hacer? En la
inmobiliaria con la que trabajo, dicen que estaría dispuesta a comprarte el
piso. Sería bueno para ti, que te alejaras y por fin empezases a superar esta
situación.
El café es una buena excusa para que las dos
amigas comenten sus confidencias,
mientras, en el piso vacío de Ainoa, el teléfono sigue sonando.
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