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Hola soy Adolfo, para servirle,
aunque durante poco tiempo Me oigo con una voz ronca, oscura. Mi reloj está cansado. Hoy tampoco
llueve y ese frio invernal, que viene del norte, me traspasa los huesos.
No he bebido, todavía.
Sé que escribir sobre el pasado, es
un error irreparable.
Nos hace viejos, pero no hay vuelta
a atrás.
Susana, mi mujer, - al menos hasta
ayer -, que ha adquirido fama internacional como dietética nutricionista, me ha
dicho muchas veces que tengo que tener cuidado con las mezclas.
Ahora ya nada tiene sentido.
Vuelven a mi pluma las hojas de
viejos calendarios y las lágrimas.
Veo pequeña la ventana de mi
cuarto. El gato duerme en la cocina; hace días que mi perro no me habla, llora,
escondido debajo de la mesa, mientras la puerta, que nunca quise abrir, se abre
lentamente. Sola.
El vaso con el zumo de naranja, que
ha tomado un color negruzco cuando le he añadido la salsa de los langostinos,
ya está casi vacío.
Es año nuevo, vida nueva, tengo que
celebrarlo.
Susana, lleva en el dormitorio
muchos días, desde que la desahuciaron.
Ahora está iniciando un largo
descanso.
Le he puesto los guantes y el bolso
muy cerca por si quiere levantarse.
No veo nada al otro lado de la
sombra.
Un sorbo más y se habrá acabado
todo.
No tardaré en alcanzarla.
Nadie ha podido hacer nada por
nosotros.
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Soy Adolfo. No sé por qué vuelve a
sonar el teléfono. Bueno fui Adolfo.
El teléfono seguirá sonando, aunque ninguno de los
dos, conseguiremos oírlo. Ella en el dormitorio sin poder levantarse y yo aquí
esperando a que vuelva. Pero vosotros podéis venir cuando queráis. Os estaremos
esperando sin movernos
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