El reloj de pared, regalo de boda de mi
madre, marcaba las tres y veinte de la tarde.
Yo
creí que era una inocentada, pero se fue a la cama.
Pablo era un hombre de ciudad, amante de las tradiciones y de su familia, Le apasionaban el estudio de los astros y las matemáticas. Decía que la música era la exactitud, y como tal gestionaba su economía permitiéndonos así un buen nivel de vida em provincias.
De
soltera tuve que luchar por él. Le llamábamos” el príncipe de los ojos negros.”
Era deseado por todas mis amigas, aunque entonces ya era bastante
hipocondríaco.
Me
dijo que era un frio raro, de hielo, en oleadas. Luego ataques de calor
intenso, pinchazos de fuego.
Le
llevé un caldo caliente y me di cuenta de que no estaba allí.
El
grito fue terrible. Angélica la vecina del segundo subió asustada a casa.
-
¡Mi marido, Pablo! ¡Estaba en la
cama, y ya no está! ¡No ha salido y no está!
-
¿Como que no ha salido y no está?
¿Le has buscado bien?
-
Si, si, por toda la casa. No es
partidario de los sustos. Además, me ha dicho que tenía frio. Le he traído el
caldo y no está.
-
Vamos, te ayudaré a buscarle.
-
¡Pablo! ¡Pablo!
-
¿A que huele en el dormitorio?
Llevo
unos días recuperándome de un fuerte resfriado.
-
A nada.
-
¿Seguro? Yo noto un cierto tufo a
quemado. spera unmomento.
Levantó la ropa de la cama. En la sábana, humeante, se dibujaba
una mancha de color tostado del tamaño de un cuerpo. Angélica tuvo que
sujetarme antes de caer desmayada.
Mi vecina vendió el piso una semana después. Han pasado ya dos meses, pero aún conservo su teléfono. La llamaré No puedo más.
Mi vecina vendió el piso una semana después. Han pasado ya dos meses, pero aún conservo su teléfono. La llamaré No puedo más.
-
¿Angelica? Soy Ainoa, ¿me
recuerdas? Tu vecina, me gustaría hablar contigo esta tarde, ¿tomamos un café?
El
reloj parece dejar de moverse hasta la hora del encuentro.
Angélica
llega puntual y después de los saludos comenta:
-
Yo prefiero que el café lo tomemos
lejos de aquí.
-
De acuerdo. Demos un paseo.
-
Cuéntame.
-
Te llamé porque no puedo más.
¿Recuerdas lo de Pablo?
-
Claro que lo recuerdo, no se me ha
olvidado cuando descubrimos en la cama aquella mancha marrón
-
Es que a partir de aquel veintiocho
de diciembre me volví loca, porque él sigue allí, a mi lado, y no se ha ido.
-
¿Como?
-
Desde entonces todos los martes,
después de trabajar, a las tres y veinte de la tarde me llama por teléfono.
-
¿Que?
-
¿Que a las tres y veinte de la
tarde, todos los martes te llama por teléfono?
-
Sí, hoy es martes. Ya es casi la hora. Me ha
recomendado que no venda el piso, y hasta ahora, pese a todos los recuerdos, le
he hecho caso. Si lo vendo, dice que no podrá volver.
-
¿Y qué vas a hacer? En la
inmobiliaria con la que trabajo, dicen que estaría dispuesta a comprarte el
piso. Sería bueno para ti, que te alejaras y por fin empezases a superar esta
situación.
El café es una buena excusa para que las dos
amigas comenten sus confidencias,
mientras, en el piso vacío de Ainoa, el teléfono sigue sonando.
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