miércoles, 24 de enero de 2018

LA SONRISA DE ANÚ




Desde las ventanas de mi hotel se aprecia con nitidez el gran agujero en la falda de la montaña. Aún se conservan en la cumbre los restos de algunas cruces del viejo cementerio.
 Fue al atardecer de la fiesta de Samhaín, hace ya veintisiete años.
Como hoy, era viernes, 31 de octubre.
Desde entonces los musgos y los helechos cubren todos los caminos que llevan al antiguo cementerio. 
Como yo, tampoco han dejado de llegar turistas a la aldea.
-  Perdone, no me daba cuenta de que es posible que no sepa nada de esa fiesta. - le digo mientras nos incorporamos al grupo que camina hacia el valle -, no está de moda. Ese día, se encuentran aquí los vivos y los muertos. Soy Lucas Jordán, antropólogo -, estamos alojados en el mismo hotel.
-  ¿Cómo?
-  Es hora de evaluación de los frutos de la tierra y de las obras de sus habitantes.
- Siga, por favor, mi nombre es Balbina Fontes, novelista. Conozco el tema a través de los libros, pero nunca me lo había explicado un antropólogo   me parece muy interesante.
-        Las fiestas de origen pagano, como esta de la recolección. están asociadas con la naturaleza y la forma de vivir de nuestros antepasados. Como hoy aquel día no llovía, pero el cielo tenía un color plomizo.
Hay riesgo de tormenta.
En el valle se aprecia un extraño silencio. Caminamos por una senda angosta y empinada, hasta cerca de la ribera del río, cuando el camino se corta con una pared de troncos en descomposición, que nos impide seguir.
Es una mujer alta, elegante, con melena rubia, joven, parece culta. 
Yo diría que ha viajado mucho. Desde pequeño me había imaginado así a las diosas, como ella.
-       ¿Ha oído alguna vez hablar de la leyenda de los siete hombres del traje de paja? 
No es mi intención asustarla.  Se dice que esa montaña está totalmente horadada y que en su interior vive una extraña comunidad de monjes que siguen las creencias de la diosa Anú. Se dice. Solo se dice.
-        ¿Está seguro?
-        Como usted, todos quieren oír las voces de esos monjes, sus cantos, o sus llantos.
Veo como se agitan sus pendientes de plata.
-       No se asuste, sólo es un trueno. Entonces el estruendo fue mucho mayor. Pudo oírse más allá de estos valles, y el pequeño río Pereiro, cerca del que ahora nos encontramos se desbordó. 
-  Nunca antes había oído hablar de los hombres de traje de paja de algo parecido. 
-   Mire hacia arriba.  Hacia la mitad de la falda de la montaña por ese lado, entonces se abrió un descomunal boquete.  ¿Lo ve?
-   Es enorme.
-   De aquellos hombres de traje de paja, solo quedan doce Todos los demás han muerto.  Pero también se dice que hay  novicios esperando.  ¿Ve esa especie de bancos de piedra en forma circular?
-        Sí.
-        Allí se sientan todos los días 31 de octubre, como hoy, después de dar doce vueltas a la pradera, para escuchar. 
-       ¿Para escuchar, qué? ¿Doce vueltas por qué?
-       La leyenda habla de la simbología de los números.
Balbina tiene el rostro sobrecogido.
Abajo las siete sombras alargadas de los monjes, tras rodear doce veces la pradera, se quedan sentadas sobre las piedras quedan dispuestas en semicírculo perfecto.
Doce veces se oye el tañido lejano y largo de la campana de la iglesia. 
Parecen estar cubiertas con hábitos.
En el valle hay un extraño silencio. 
Dicen que cantan. 
-        Me gustaría verlos más de cerca. ¿Avanzamos?
Accedo mientras comienzo a descender por una senda aún más angosta.
Siento cercano el ondular de su cabello rubio y largo. 
Su agradable perfume, que podría ser semejante al de la diosa Anú me inunda. Camina despacio, detrás de mí, con cierta dificultad, a pesar de las cómodas sandalias que ha traído para la ocasión. 
Al cruzar el cauce seco del rio Pereiro, me adelanta con paso decidido para iniciar el ascenso.
-        ¿Como se llama usted?
-        Balbina Fontes -, responde sin volverse
Sigue ascendiendo hasta el segundo repecho, siempre mirando al enorme agujero excavado en la montaña.
Un grito de horror y desesperación se escapa de mi garganta.
-       ¡Balbina!
Una columna de humo se levanta del lugar que pisan sus sandalias, y un aroma sulfuroso inunda el entorno.
Me quedo rígido, mirando al gran agujero. Allí, tras la larga fila de sombras, ella me saluda con una sonrisa cómplice.
Ya en el hotel, compruebo que no hay registrada ninguna mujer con el nombre de Balbina Fontes.

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