domingo, 5 de abril de 2020

BIOGRAFIA INTIMA Para el que no me conozca JOSE MARÍA GARRIDO DE LA CRUZ



Daniel, mi padre, llevaba trabajando cerca de ocho años en la Renfe cuando le ascendieron a capataz,  con el traslado a A Gudiña, tuvo que dejar a sus padres y hermanos en su ciudad natal. Era el primero de marzo del 1959. Llegamos en el tren exprés a la una de la madrugada. Nos recibió la nieve. La casa estaba cerca, solo había que atravesar un gran patio que, días después, cuando se quitó la nieve, me enteré  que era de adoquines. Yo ya sabía  lo que eran los adoquines. Mi padre hizo tres viajes en la noche antes de llevarnos a la casa. El primero para abrir camino, el segundo para llevar las maletas y el tercero para llevarnos a nosotros. Menos mal que estaba cerca. En la estacion había calefacción.
Me perdí en aquella casa. Una habitación para mi solo. Además, de  la habitación que papá dedicó a mis juguetes. En el aseo blanco, había una gran bañera como una piscina para mis barcos. Ocho días después, entre la nieve yo cumplía seis años.  Lo veía todo blanco. No podía salir. Tampoco lo necesitaba. Mamá – Paulina -, estaba feliz en aquella casa, con calefacción y agua caliente. Yo aún no había descubierto el corral.  La primera vez que se marchó la nieve, mamá me puso una bufanda,  un gorro y un abrigo y me lo enseño. Mis ojos debieron brillar como nunca. A los pocos días me llevo a  la escuela de los pequeños, no recuerdo como se llamaba la maestra. Enseguida me pasaron a la escuela de los mayores donde daba  clase don Laureano. Yo me seguía acordando de Sor Margarita, doña Carmen y doña Remedios
Luego llegarían al corral, la cabra, las palomas, los conejos, las gallinas… Papá me hizo un columpio en el corral y yo monté mi primer laboratorio de química, con carbón agua,  tizas y el carburo de los candiles. 
La luz de aquellos candiles duró más de cinco años,  hasta que me llevaron interno al Colegio Cisneros que lo dirigía un señor muy importante al que llamaban Xocas. Enseguida se convirtió para mi en un mito. Me daba clases de lo que él llamaba humanidades, literatura, historia, geografía.  Aprendí quién era el Quijote, que la tierra estaba inclinada y por qué había años bisiestos. Don Laureano y él, además de enseñarme a hablar gallego,  me regalaron dos vicios maravillosos: la curiosidad y el amor por las letras. Aun hoy son mis mejores amigas. 
Mis padres hoy tendrían noventa y seis años.


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