lunes, 6 de abril de 2020

La Carpintería POR JOSÉ MARÍA GARRIDO DE LA CRUZ 6 DEA BRIL DE 2020



El aroma a madera de castaño que se escapa bajo la puerta e impregna la lluvia de la tarde, vuelve a pintarme las caras de los amigos de la infancia, Manolo, los Estébanes… sus familias huelen a serrín y me gusta. 
Sus voces siguen conservando la textura de los años aquellos, y su aliento, que aún me  sabe a barniz.
Ellos ya no están y hay alcalde y calendario nuevo.
A él le gustó mucho la idea.
Le he pedido al carpintero, unas piezas producto de mi imaginación.
Son ciento catorce, a dos por capítulo, una base y un soporte, aunque a mí me  gusta más llamarles fuste y capitel,  - inclinado para que  se pueda leer el texto -, en forma de atril o de peana.  El capitel de poco más que un folio, y el fuste, de un metro y medio.
El carpintero no alcanza a comprender mi propósito, pero realiza la obra con precisión y  sensibilidad. 
He retomado el libro “Horizonte al noroeste” y he imprimido en papel de oro y con letras de orgullo, los cincuenta y siete capítulos por separado. Uno en cada folio. 
Cada uno de ellos irá sobre su capitel soportado por el fuste, formando cual columnatas, un templo divino en el recuerdo. Las colocaré  junto a la puerta de las casas que habitaron  mi infancia, para que sean fijadas, en la tierra por un amigo, un heredero de aquel tiempo y sonarán las gaitas. Y sus rostros volverán reflejados en la lluvia de la tarde o en mis lágrimas.
El cepillo disfruta sobre la madera de castaño, terminando el pulido del capitel número  seis, mientras las otras piezas van saliendo, dispuestas para darles sus últimos retoques. 
Siento la luz en los ojos del carpintero cuando aparece el rostro de su abuelo.
Él no tenía máquinas. 
El reloj esparce la dicha desde la ventana de atrás. El tiempo se detiene  en el bote de barniz  y los pinceles dibujan momentos de gloria.
El capítulo seis se lo dediqué a Tomás, el zapatero que arreglaba los zapatos allí junto a la iglesia vieja de San Martin. De su hija, Cristina, nunca volví a saber nada, creo que es juez,  el carpintero se llama Tomás como su abuelo, pero no me atrevo a preguntarle por mi amiga. 
Tomás se coloca junto a mí y observa la pieza de lejos.  Miradas y silencios van hacia el pasado. 
Mientras me pregunto cuál será el capítulo siguiente, una mujer mayor que no logro reconocer asoma por la puerta.
Es doña Manuela  -me dice el carpintero-  y siento que los reyes llegan tarde. Ella no dice nada y  se dirige a la estacion, donde las bicicletas siguen de pie, sujetas a un  carro de tres ruedas – parece el carro de los Estébanes, es azul ,   tal vez esperando que  pase otro tren, o que los niños vayan a jugar con ellas. Hay dos muy parecidas, verdes, una no tiene barra, es de chica. Son de la misma marca. Esta vez también gano. 
Los Villarino, o los “Estébanez” como me gusta recordarles no tienen capítulo en el libro, pero yo si guardo  su carro en la memoria. Con ellos y con Pedrito tengo pendiente terminar, en el porche de mi casa, una partida de parchís. La empezamos hace sesenta años. 
Él no tiene capítulo en el libro, bueno si, su padre Benito el sargento, al que recuerdo con sus dos gorros que tanto me gustaba ponerme, pero nunca le vi con un tricornio. Ni él, ni Luisa su mujer podrán ver estas columnas, pero si Pedrito que, aunque no le volví a ver desde que se marchó para hacerse cura, vino al bautizo de Horizonte.
Paco, desde el muro de piedra que hiciera su abuelo, me mira como si estuviera en otro mundo. Ese es un capítulo distinto. Son muchos capítulos y tengo que dejar trabajar al carpintero.
Está ahí a dos pasos; es el centro cívico. Lleva el nombre de mi querido profesor de geografía, literatura e historia, O “Xocas”. No sé por qué  aquí le dedicaron este centro. Tampoco se si los que lo hicieron sabían que le faltaba la última falange del dedo corazón de su mano derecha, es un detalle que no importa, pero yo lo recuerdo con nitidez.
El homenaje a Severino Prieto, capítulo once, “tesón de abeja”, luce en primera fila y el brillo de mis ojos revolotea en torno a esos animales que parecen moverse en mi recuerdo. 
También está a su lado el capítulo cincuenta y le miro los zapatos, ahora son más grandes, ya no juega a la pelota y no salta al atrio de la iglesia. 
Hay coches. Entra un señor bajito con gorra negra como la de mi abuelo y me mira atentamente. Reconozco a Vicente.  Es más joven que yo, tiene todavía la frente ancha. Es como un espejo en el que se reflejan unas lágrimas que no quiero dejar salir de mis ojos, pero ellas no me hacen caso.
Veo venir al carpintero con un carro de tubos azules y de tres ruedas, como el de los Estébanes. - ¿O es el  mismo? -E me dominan los recuerdos. Yo también me estoy haciendo viejo. Demasiado viejo.
Me gusta como han decorado la sala para la presentación: 
Mientras terminan, salgo fuera a respirar, necesito aire.











No hay comentarios:

Publicar un comentario