Publicado
en el numero 24
de
la Revista de creación literaria
“la
hoja azul en blanco”
Asociación
literaria Verbo Azul
Diciembre
2019
Ante
lo que consideré acumulación de pruebas irrefutables, juez y víctima, decidí la
sentencia - culpable del delito de mentir con obstinación -, yo misma, procedí a la ejecución, y tal
como él había venido al mundo una docena de lustros atrás le encerré allí.
Aquí
llevo no sé cuántas noches. Ignoro si al otro lado hay luz. Al principio esta
caja formada por seis espejos, hasta me pareció un lugar agradable para pasar
el resto de mis días.
Hizo
falta poco tiempo, para que los espejos se volvieran negros. Y en lo oscuro de
mi mente, todo fue caos. En él mis
mentiras y toda mi verdad se mezclaron de forma anárquica.
Cuando
volvió lo que distorsionadamente podría llamar realidad, mis mentiras se
multiplicaron hasta el infinito por la refracción de la luz que acabó por
aplastar a mi verdad. A mi única verdad.
No había tregua ni perdón. El color de los espejos empezó a cambiar de
forma continuada, sin responder a norma alguna, sin darme tiempo a respirar.
Luego aquel diabólico ruido ensordecedor, que no podía relacionar con la
música. Todavía si hubiese habido una relación entre un color y un tono podría
haber interpretado alguna melodía, aunque alguien desde fuera pensara que era
mentira. Pero no había relación entre color y
tono. No había razón entre tiempo y tono. No había ninguna razón. Y yo
la empecé a perder.
Fue el frío.
Desde la planta de los pies, subió despacio hasta la memoria, desde las
infinitas esquinas de todos los espejos, hasta congelarme la conciencia.
Eso pasó cuando aún tenía conciencia.
No llegue a saber si cada seis veces que el mundo se volvía rojo, luego
aparecía todo negro. No era nunca la misma secuencia. Intenté contarlas como en
un rosario hasta que me perdí.
A partir de entonces dejé de distinguir la verdad de la mentira, la fantasía
de lo real. Ya no sé tampoco que es el calor de una caricia.
Me asediaban los fantasmas. Sus rostros imperfectos y tranquilos, se
multiplicaron en todos los espejos. No me dio tiempo.
El suelo comenzó a girar, se balanceaba. Me abandonó mi sombra, todo se volvió rojo,
solo me quedó el hambre, la sed y el frío para sucumbir.
Antes de la fiesta a la que me había invitado mi nuevo amante, volví a
la celda, vestida de negro, no de luto, sino porque era el vestido que a él más
le gustaba.
Abrí la puerta.
Dentro todo era muy rojo.
¿He matado al centinela y soy libre, pero un asesino, o es una nueva
mentira y me volverá a encerrar?
Es una idea que me ronda la cabeza, aunque ahora aquí, estoy tranquilo
como los fantasmas que me rodean.
Creo que esto si es verdad.
Otra vez estoy en sus manos.