lunes, 3 de febrero de 2020

EL CUBO Por JOSÉ MARÍA gARRIDO

          Publicado en el numero 24 
de la Revista de creación literaria 
“la hoja azul en blanco” 
Asociación literaria Verbo Azul
Diciembre 2019


Ante lo que consideré acumulación de pruebas irrefutables, juez y víctima, decidí la sentencia - culpable del delito de mentir con obstinación   -, yo misma, procedí a la ejecución, y tal como él había venido al mundo una docena de lustros atrás le encerré allí. 
Aquí llevo no sé cuántas noches. Ignoro si al otro lado hay luz. Al principio esta caja formada por seis espejos, hasta me pareció un lugar agradable para pasar el resto de mis días. 
Hizo falta poco tiempo, para que los espejos se volvieran negros. Y en lo oscuro de mi mente, todo fue caos.  En él mis mentiras y toda mi verdad se mezclaron de forma anárquica. 
Cuando volvió lo que distorsionadamente podría llamar realidad, mis mentiras se multiplicaron hasta el infinito por la refracción de la luz que acabó por aplastar a mi verdad. A mi única verdad.
No había tregua ni perdón. El color de los espejos empezó a cambiar de forma continuada, sin responder a norma alguna, sin darme tiempo a respirar. Luego aquel diabólico ruido ensordecedor, que no podía relacionar con la música. Todavía si hubiese habido una relación entre un color y un tono podría haber interpretado alguna melodía, aunque alguien desde fuera pensara que era mentira. Pero no había relación entre color y 
tono. No había razón entre tiempo y tono. No había ninguna razón. Y yo la empecé a perder.
Fue el frío. 
Desde la planta de los pies, subió despacio hasta la memoria, desde las infinitas esquinas de todos los espejos, hasta congelarme la conciencia.
Eso pasó cuando aún tenía conciencia.
No llegue a saber si cada seis veces que el mundo se volvía rojo, luego aparecía todo negro. No era nunca la misma secuencia. Intenté contarlas como en un rosario hasta que me perdí. 
A partir de entonces dejé de distinguir la verdad de la mentira, la fantasía de lo real. Ya no sé tampoco que es el calor de una caricia.
Me asediaban los fantasmas. Sus rostros imperfectos y tranquilos, se multiplicaron en todos los espejos. No me dio tiempo. 
El suelo comenzó a girar, se balanceaba.  Me abandonó mi sombra, todo se volvió rojo, solo me quedó el hambre, la sed y el frío para sucumbir.
Antes de la fiesta a la que me había invitado mi nuevo amante, volví a la celda, vestida de negro, no de luto, sino porque era el vestido que a él más le gustaba. 
Abrí la puerta. 
Dentro todo era muy rojo. 
¿He matado al centinela y soy libre, pero un asesino, o es una nueva mentira y me volverá a encerrar?
Es una idea que me ronda la cabeza, aunque ahora aquí, estoy tranquilo como los fantasmas que me rodean.
Creo que esto si es verdad.
Otra vez estoy en sus manos.





No hay comentarios:

Publicar un comentario