lunes, 29 de junio de 2020

EN TIEMPOOS DE CRISIS GIL HERNANDO DE SANTIAGO



Yo, que estudié en un momento en el que aún no había muerto la imprenta de Gutenberg, una época  en la que leer y descubrir  nuevos conocimientos, era un verdadero placer,  una época  en la que  se aprendía a base de libros,  aprendí de mis profesores, que eran profesores con “Autóritas”, no revestidos de la actual “Vánitas”, aprendí gracias a ellos lo que era un cuadrado y la raíz cuadrada, aunque no me enseñaron a  apretar un botón para que la máquina me diese el área de un triángulo,  yo estoy asustado, sí, porque en ahora “in tempore discriminis – sí , ya es sé que esto es latín y ahora o se estudia como no se estudia ni se entienden el significado de las palabras -, yo estoy asustado porque me han dicho que van a quitar ls matemáticas del sistema educativo y estoy asustado porque no sé cómo van a hacer el recuento de votos ni si van a saber cómo se forman las mayorías y la moda. Pero bueno esos son conceptos matemáticos que al parecer no sirven. Y no entiendo esta temeridad sobre todo después de haberle otorgado el premio Princesa de Asturias de Investigación Científica y Técnica 2020, a cuatro matemáticos   Yves Meyer, Ingrid Daubechies, Terence Tao, y Enmanuel Candès. Y es que, aunque solo sea para contar lo que cuesta el sudor de la frente y lo que vale una barra de pan o un ordenador, tenemos que seguir contando, con la calculadora, claro porque ya o se lleva el contar con los dedos ni con la mente. Tal vez haya que acordarse de la segunda ley de la termodinámica, que también tiene que ver y mucho con ls matemáticas, y es que, aunque no queramos, el progreso conduce al deterioro. Y yo, que siempre estuve en la oposición por sistema, matemático si se quiere, sostengo que esa” evolución” es falsa. Yo le llamo “Desvolucion” un concepto aún por definir con elementos matemáticos exactos pero que a mi juicio indica que, aunque no hay involución, aunque no vamos hacia atrás porque el tiempo no lo permite, tampoco avanzamos en el logro o reconquista de valores éticos como la igualdad, justicia o libertad. U además ni enseña ni ayuda a pensar. Pero claro, para eso hay que aprender de la historia, que, por cierto, creo que tampoco se estudia, ¿O alguien recuerda haber estudiado recientemente quien era Wifredo el Velloso? Menos mal que, aunque no quieran los años los votos y el precio del pan se cuentan con números. Por cierto, ¿de dónde viene la palabra matemáticas, que significa?

El porqué de la foto ¿Qué son las ecuaciones de tercer grado?

ADELANTE CONLAS MATEMATICAS




lunes, 15 de junio de 2020

LAS RAICES 9 DE JUNIO 2020 JOSÉ MARÍA GARRIDO DE LA CRUZ


Me resulta difícil mantener el equilibrio. Las imágenes del bosque suben y bajan según el pie que echo delante. Mis ojos me descubren  unas manos manchadas de sangre. La incredulidad me persigue. Mantengo el equilibrio a duras penas. Me acorrala la tormenta. De lejos oigo los tambores celestiales  que rompen mis oídos.  Sé que  los árboles son el refugio de los rayos. Para superar los escalones de la tierra, me apoyo en un bastón que es a la vez  un amuleto, una reliquia de mi lejana juventud.
Cuelga de mi cinto, una flauta de madera de castaño con tres agujeros. Su música atrae a los fantasmas, a los espíritus malignos. Las gentes se esconden cuando la oyen. Las gentes se esconden cuando me ven. 
En la otra mano llevo un farol con el que espanto la noche.  
Desde que me salieran las primeras canas, escondo mi larga melena en la oscuridad del bosque; lo conozco como el cementerio. Mas que respirar sé qué jadeo, y mi olfato es semejante al de un elefante africano. 
Los vecinos me llaman Clarivel, como a un demonio, pero no me llaman
Mis pies se paralizan.
De aquel ciprés inmenso y centenario de hojas anaranjadas, veo unas manos que salen y parecen querer agarrarme, apresarme. Se me acercan. Son garras. Son los extremos de unos gusanos gordos serpenteantes, gelatinosos, que se mueven con lentitud, pero con decisión hacia mí.
Consigo ponerme en marcha pesadamente.
La tierra se escalona de forma desigual.
La tierra se escalona bruscamente. 
El farol mueve las sombras de los árboles vecinos. El amuleto  gime.
El bosque se queda sin sonidos.  
Las greñas blancas, parecen querer escapar de mi cabeza.
 Llueve sudor, diluvia miedo.
¿Cuántos brazos me acechan?
No tengo dedos ni tiempo para contarlos.
Se agolpan los escalones de la tierra y el sudor.
Los gusanos, gelatinosos, verdes. están por todas partes. 
Solo pensar en la caricia de las garras me estremezco.
La corteza, la textura del tronco es… No sé definirla. ¿Líquida?
Dentro, los escalones se diluyen, olvido el bastón, el amuleto  al lado de una cruz. 
Acaricio la osadía en las arrugas de mi rostro. 
El farol proyecta sombras alargadas, de cuerpos sin cabeza que parecen arrastrarse. Van delante de mí, mejor que no se vuelvan.
El pasillo es angosto, rezuma humedad, hay un pestilente olor a azufre. Olor a muerto.
El farol me traiciona. 
No puedo detenerme. Detrás, están las garras. Avanzan.
Voces, canciones discordantes, gemidos.
Tiro el farol y todas las sombras me amenazan. Mi entorno envejece más, arrugado por la oscuridad.
Los pasillos se entrelazan y se cruzan, como las raíces de un árbol en las profundidades.
Sigo bajando.
Las paredes me oprimen, el suelo cede al peso de mi desconfianza, las garras detrás no me abandonan
Mis pies levitan con el miedo,  sobre ese extraño suelo pegajoso.
Adherido a un recoveco, olvidado tal vez por alguien que nunca quiso estar allí, una bola desprendida de su pelo y de su cuerpo,  semejante a una cabeza humana, vacías las cuencas de los ojos, fija la mirada en mis manos temblorosas, quiere   seguirme con paso muy lento, con unos pies que parecen las venas escapadas de su cuello, no habla, pero  de vez en cuando salta sobre el suelo pegajoso y se coloca a la altura de mi boca, respira, me mira. El aire que expulsa por el hueco de su boca desdentada es fétido. El brillo que se desprende de sus cuencas deshabitadas es abrasador.
Mis manos no consiguen apartarlo.
Se levanta otra vez, me mira, pero ahora tiene cuerpo, un cuerpo luminoso. Lo reconozco. Va descalzo. Como a mí, le falta un dedo en el pie izquierdo. 
Me recorre un  sudor frio como el que baja por las paredes. 
¿Por qué me persigue?  No me puedo parar a pensarlo; tampoco puedo preguntarme que hago aquí, es posible que este sea parte de mi camino. La última parte. Estoy en las raíces.
  ¿Podré volver hacia atrás? El camino de vuelta es más costoso, es cuesta arriba. Entonces, ¿Por qué sigo bajando?  ¿Qué busco?
El techo y el suelo están cada vez más cerca.  No les toco. Floto.  
Floto y bajo. 
Pasan a mi lado las cabezas y los cuerpos, cuando se unen desprenden una luz azul y mortecina que alumbra el pasadizo a modo de saludo. Los huesos al crujir pronuncian palabras que no entiendo, pero hablan. Hablan entre ellos, se entienden y me dejan paso.
Creo que el calor de las aguas sirve para soportar la eternidad.  El sudor es cálido.
! Que extraño, no siento el suelo, ni las paredes, ¡ni el techo! 
¡Me falla el tacto!
Un fogonazo luminoso, una cabeza se junta con un tronco, tiene gafas.
Se mantiene la luz unos instantes. 
Las conozco. Conozco esas gafas.
Quiero correr. 
Detrás las garras me sujetan. 
Se va la luz. 
Me faltan fuerzas para desprenderme de esas garras.
Ahora si noto el suelo gelatinoso.  Se me  hunde. Me hundo, pero ¿Dónde está? ¿Dónde estoy? 
Todo está oscuro, húmedo. Otra vez el dialogo de huesos.
Ahora si lo entiendo. Me dicen que vaya. Que me acerque.
Pierdo el control de mis pies. 
Miro hacia atrás, he andado demasiado camino, ya no tengo pelo, no encuentro la salida. 
Solo me queda abandonarme, seguir bajando, aunque creo que ya he llegado.

sábado, 6 de junio de 2020


Con los acordes de la Sinfonía Fantástica de Héctor Berlioz, imagino a mi amiga bailando envuelta en ese vestido de fiesta,  largo, azul, que tanto le gusta a Carlos, acercándose al espejo en el que siempre veo reflejada la imagen de su marido.
El espejo del ascensor también soporta mi cansancio.
  Once pisos. El vendedor le advirtió a modo de chanza, que eran ciento noventa y ocho escalones. Desde el octavo ya oigo la melodía.
Nunca la había sentido, ya desde el octavo piso, como una música tan inquietante.
En todos los ascensores de esta marca, los botones están situados a la derecha. Conozco su textura.  Mis dedos los recorren a diario, mientras calculo mentalmente el número de peldaños que corresponderían a cada planta.  ¿Cuánto tiempo tardaría en llegar al suelo, si me tiro desde su terraza? ¿Cinco segundos?
Es una versión  excesivamente rápida, para mi gusto, pero ella siempre nos pone la misma y el ascensor parece subir más deprisa.
Desde arriba se ve toda la ciudad. 
A Pilar le gusta jugar con los olores. En su terraza, donde es costumbre tomar un té los jueves por la tarde, se mezclan extrañas combinaciones de aromas difíciles de definir.
También disfruta enseñándome sus uñas recién pintadas del color de la sangre, sobre todo a mí, que me confunde y dice que soy Clara, la rubia que aparece constantemente fotografiada en los ojos de su marido.
Pero yo no soy Clara, ¿o sí?
El botón número once cede a la presión de mi dedo índice.
Por el cristal de la puerta del ascensor los números van cambiando. Cuatro, cinco… Voy contando los peldaños. ¿Cincuenta y dos?
La puerta del ascensor se abre y los acordes me paralizan. Pilar me sonríe. 
No oigo a nadie.  Esta soledad duele. 
Duele como el miedo. Como las fobias, como el pánico.   
Sin duda la mujer que yo veía reflejada en el espejo necesita más sesiones de psicoterapia. Pero ¿quién es la mujer del espejo? No la conozco, ¿o soy yo misma? 
ilar tiene una sonrisa extraña.
Siento la textura cálida de las alfombras.
Qué raro. No están mis amigas.
El té humea sobre la mesa, mientras el sol entra horizontal por los cristales y el tiempo se rompe en el espejo. 
¿Volverá hoy a ver en mis ojos, los ojos de su marido?  
Las sombras crecen.
¿Por qué me ha invitado solo a mí?
Baja el volumen de la música que se difumina lenta por toda la estancia, como ese aroma a yerbas raras con el que me sorprende este jueves. 
Su marido se llama Carlos, pero yo no le conozco. ¿O sí? 
¿Cómo sé que se llama Carlos?
¿Me enseñará otra vez sus uñas?  ¿Y si me ataca? 
Pese a mi agudeza olfativa no consigo determinar con certeza el tipo de té que ha preparado Pilar. ¿Cay? ¿Te turco? ¿Una variedad de té negro? 
Ni en Turquía, ni en casa de Pilar se puede rechazar el té.
El aroma… ¿una colonia de hombre? ¿De Carlos? 
Me hace sitio en el sofá. 
Es cómodo, apacible, podría utilizar más adjetivos, atribuirle más propiedades, todas confortables, pero creo que son suficientes. Siempre lo reserva para la invitada de honor y en esta ocasión me toca a mí. 
En la mesa central una taza de té para cada una. 
Frente a mí un magnifico espejo con marco de madera de nogal torneado estilo Luis XVII, desde el que siento la amenaza de unas uñas pintadas de rojo sangriento.
Sobre una mesa baja, junto al piano, un antiguo tocadiscos y una navaja cabritera de hoja larga que brilla siniestra con los últimos rayos de sol.
Paladeo el té muy despacio mientras los ojos de Carlos me sonríen desde todas las esquinas. 
¿Qué le habrá echado esta tarde Pilar al té? 
Mientras lo pienso me voy acercando peligrosamente a la barandilla de la terraza.
Como si me viera los pensamientos, oigo su voz metálica y lejana. 
No te preocupes, querida, la psilocibina se utiliza para superar los miedos. Vete con él.  Trece gotas son más que suficientes. Además, no dejan rastro. 
Ahora Carlos me mira desde abajo. Me espera, sólo son unos segundos. 
Voy a su encuentro mientras oigo a Pilar cada vez más lejos, ¿Qué haces insensata?  



    ***



-         Muchas gracias por aceptar mi invitación. Se puede usted sentar con toda tranquilidad. Como sabe mi objetivo es escribir sobre la vida de Clara Suances. ¿Me escucha? ¿Me comprende? Creo que sí. 
-         Sí.
-         Pilar, siéntese aquí, – le digo –, frente a la pantalla. Y le ayudo a ponerse un casco. 
He puesto mucho papel en la impresora que comienza a imprimir a doble cara. Yo me siento frente a otro ordenador.
¿Le molesta? Ella se acaricia el casco con las manos y la máquina deja de imprimir.
Sus ojos vuelven a la pantalla. Se ve a sí misma, como en un espejo. La máquina no deja de escribir.  Seguramente las doscientas primeras páginas no sirvan para nada
-         ¿Clara? ¿Clara Suances? Si, la ladrona, me robó a mi marido. La recuerdo, - su voz suena nítida -, los dos acabaron en el mismo sitio. Pero yo no los maté. La justicia me dio la razón.
-         ¿Cómo fue? 
Pilar entra en un profundo silencio, los recuerdos salen por la impresora.
-         ¿Podría apagar la impresora, por favor?
-         Imposible. Le explicaré la razón. Está usted ante un ordenador, ¿verdad? Ante la pantalla de un ordenador. 
-         Cierto, pero la impresora…
-         Hemos invertido el sentido de la información. Nosotros a través del teclado o el ratón le dábamos los datos al sistema, ahora, es el propio sistema el que capta la actividad de nuestro cerebro por medio de esta pantalla compuesta por una combinación de neuro receptores sensoriales, que va captando la secuencia de las neuronas estimuladas y lo traduce, de manera que interpreta y predice nuestros pensamientos en función del mapa secuencial , asi pues, aunque usted diga algo que es falso, si piensa lo contrario la máquina no  traducirá más que la verdad, y las transcribe a lenguaje binario que posteriormente es traducido a un determinado idioma, que es lo que imprime.
-         ¿Quiere decir qué?
-         Que no imprime lo que dice, sino lo que piensa. 
-         Eso es ilegal, no es ético.
-         Señora todo depende de su uso. ¿Acaso su conducta es ética? ¿es legal?
-         La sentencia fue de inocencia. Ella se suicidó.
-         Pero usted no le contó al juez nada sobre el contenido del té, de su aroma de la psilocibina, ni de las trece gotas, dosis suficiente como para matar a diez ratas.  No se preocupe, solo es para mi novela.
-         Quiero marcharme.
-         ¿Con lo interesante que está resultando el diálogo?
-         No diré nada más.
-         Da lo mismo. La máquina escribirá por usted. Además, teniendo en cuenta que  es inocente y que se trata de una novela, no es más que un diálogo inofensivo en el que usted no habla. Puede negarlo todo, porque en realidad no ha dicho nada. Imagínese “inocente”, que se corresponde con esta serie de neuronas estimuladas, “9-12-17-3-5-15-20-5” pero la impresora va a escribir esta otra: “culpable”     que es lo  que usted está pensando.  
No, no se le ocurra destruirla, eso que suena es una alarma ante los pensamientos peligrosos para el sistema. ¿Qué cómo funciona? ¿ha oído hablar alguna vez de la luz oscura? ¿de la luz líquida? ¿de la luz prohibida? Eso no es fácil de explicar. ¿sabe algo de la inteligencia cuántica? ¿de los algoritmos Intersensoriales? ¿de los bioaceleradores de partículas alfa?  Si creo que es muy difícil de explicar, mejor que descanse un poco. Vamos a tomar un café y seguimos hablando, aunque lejos de su amiga.
-         Admitido,  un café, pero lejos.
-         Hemos dado un paso más, si usted esta viendo el puente sobre el Sena, la máquina seguramente nos dé una imagen muy aproximada del caballero que usted imagina que la acompaña por la orilla del rio, estatura, complexión, color, atuendo etc., porque a la máquina no le interesan ya los sentidos por si mismos, sino la interpretación que  hace su cerebro.  
-         Eso es ciencia ficción
-         Ya no es ciencia ficción, sino ciencia presente. Está patentada y tiene un ejemplar la policía y los ordenadores  están interconectados. Además, por sus pensamientos va reconociendo a las personas. Y sabe de su ubicación en tiempo real. Pero no tiemble, querida amiga, que ahora ya la máquina no la ve.
-       ¿Qué va a tomar?
-       Una tila por favor
-       Gracias, ha salido todo muy bien. Ya tengo material para escribir una novela. Me llevará un año o más. Solo hay un pequeño detalle que no me cuadra, esta tila está mejor, sin duda, que el té que le ofreció a Clara, pero dígame, Pilar, después de la experiencia, ¿por qué sigue intentando engañarme? La máquina ha demostrado que usted no es Pilar, sino que se llama Valeria León, y que antes que a  Carlos tuvo otro marido que también asesinó. Emilio, ¿Lo recuerda? Si desde una moto, le disparó a la ventanilla del coche. De aquel evento salió también indemne. Una buena actriz sin duda.


viernes, 5 de junio de 2020

OS CARROS, E O SAN MARTINHO JOSÉ MARÍA GARRIDO










Fotos de  JOSÉ CARLOS FERNANDEZ-BARJA DOMINGUEZ






El muelle, el almacén y la vieja estación  que hasta ahora había sido conquistada por el deterioro, resplandece convertida en museo.
Y llega el dia del solsticio de otoño, relucientes las piedras, sin la lluvia y sin el musgo, dando paso a la banda de gaiteiros, haciendo los honores a  esa joya de granito que tiene más sesenta años. 
Hoy  cuando ya casi no hay trenes que rompan el hechizo con su humo, no hay maletas, no hay vida,  tal vez   resucite con las gaitas, la queimada y las castañas, el poder de las palabras, los conjuros y la música.
El eco redobla su alegría extendiendo el cántico por todo el valle de A Cunlleira, donde moran los recuerdos.
En el inmenso almacén, pegado al muelle, que tiene tres puertas, una para las meigas,  otra para los locos y la tercera para el druida, están los siete carros cargados con los frutos de la tierra y los doce hombres con sus trajes de paja.
El sol cae  sobre la horizontal de la tarde. Los rapaces juegan a los mismos juegos que jugaban  sus abuelos.  La danza se repite, pero no son los mismos ojos, el mismo sol. Todo parece prestado por los dioses, hasta la vida. La juventud se refleja jubilosa en los carros,  en los trajes y en las gaitas. Como en los mitos y  en las leyendas no saben que se celebra, pero festejan, tal vez porque vuelven a cantar los carros.
Y son ahora las gaitas, las que con sus notas arrastradas  suplican movimiento. Hay que hacerles caso, es el mandato de una vieja costumbre olvidada.  
Ni las nubes,  ni la tierra se resisten al paso lento de los primeros hombres. ¿Música ancestral? No la conozco. Tampoco los rapaces y se callan. Se callan las aves del cielo y las bestias de la tierra ¿Qué dios de nuestros padres estará llorando? No sé si alguien sabrá desvelar ese misterio.
La senda que lleva a la ribera es larga y tortuosa. El paso lento. Las mujeres con sus trajes de luto y de gloria, con campanillas y panderetas bailan porque saben que es la vida.
Con  los trajes de paja de su centeno de siempre, los hombres se adelantan a la muerte sin saberlo, pero la yerba nueva se ha olvidado de sus canas.
Abajo, en lo profundo, en la ribera, el rio gime como siempre, nadie sabe por qué, pero no ha dejado de gemir desde hace siglos. El viento, la tierra, el agua. Es preciso traer el fuego que ilumine la noche para que todos puedan beber de ese divino néctar, hasta emborracharse para no pensar en la duda y las preguntas. Es la fiesta de los carros, esa tradición olvidada de los siglos, o inventada por un loco.  ¿Qué más da? El humo y las llamas revolotean buscando un cielo imaginario, las castañas sin cortar estallan. Cada cual tiene un deseo que arroja al fuego. El puente entre los vivos y los muertos se ensancha y todos lo transitan sin saber en qué sentido.



































LA RAZÓN DE TANTA LUCHA POR JOSE MARIA GARRIDO

PARA IMPULSAR LA RECONSTRUCCION DE LA ESTACIÓN DE LA GUDIÑA
VER  "LA ESTACIÓN DE LAS DOS CARAS"


Entre estos adoquines de mi tierra 
quiere crecer la yerba fresca como la vida 
tapando tal vez de forma innecesaria
la historia que no muere. 

Entre estos adoquines 
derrotados por el peso de los años
queda el viento 
que detiene a las cometas de mi infancia
y empuja mis pisadas.

Sobre estos adoquines vestidos de nostalgia 
bailan aún las bicicletas 
y los nombres de los niños 
con pantalones cortos

bajo la luz de estos apuntalados arcos
carreras, gaseosas y tropiezos
la nieve y el invierno
y la yerba nueva que envejece.

Me resisto.
Y sucumbo ante esos ojos 
que me miran niños  
Entre estos adoquines de mi tierra 
quiere crecer la yerba fresca como la vida 
tapando tal vez de forma innecesaria
la historia que no muere.

Entre estos adoquines de mi tierra 
quiere crecer la yerba fresca como la vida 
tapando tal vez de forma innecesaria
la historia que no muere. 

Entre estos adoquines 
derrotados por el peso de los años
queda el viento 
que detiene a las cometas de mi infancia
y empuja mis pisadas.

Sobre estos adoquines vestidos de nostalgia 
bailan aún las bicicletas 
y los nombres de los niños 
con pantalones cortos

bajo la luz de estos apuntalados arcos
carreras, gaseosas y tropiezos
la nieve y el invierno
y la yerba nueva que envejece.

Me resisto y su cumbo ante esos ojos 
que me miran niños  
aunque sé 
que no son los niños de mis juegos, 
aunque sé  
que no son los ojos de los nietos qe no tengo,
pero son los ojos de la vida y no los mios

pore eso me resiso a la ruina que me envuelve.

martes, 2 de junio de 2020

RÉQUIEM POR LA VIEJA ESTACION DE RENFE DE LA GUDIÑA Por JOOSE MARIA GARRIDO Un artigo pra compartir



Tal vez no sean suficientes la música funeraria ni loa rituales celtas de la compasión. Quizás sea preciso el z auxilio de los dioses, porque el deterioro es capaz de vencer a la vida y a la piedra, aliado con el hastío o la desidia, con el abandono y la indiferencia. ¿Cuánto cuesta ahora evitar la ruina?  ¿Cuánto cuesta ahora preparar el futuro?  Tal vez unas pocas monedas oxidadas y bastantes sacos de voluntad política extraelectoral.  La Puerta de Galicia está desvencijada, ¿Quién va a querer entrar por ella si en cualquier momento se desploma? Sin duda las manos de sus vecinos, las paletas de los albañiles y las mazas de los canteros, de esos que siempre trabajaron en beneficio de la tierra, están dispuestas a resucitar la historia, a reconquistar la imagen del progreso, porque una imagen vale mucho más que mis humildes letras. A Galicia se debe entrar por la puerta grande, por una puerta que no desentone con la v estacion construida hace sesenta y tres años, pero que todavía está capacitada para dar atención y servicio a los vecinos de la zona y más ahora con la esperada conexión del Ave. Bueno es difundir este pequeño articulo para apoyar la reconstrucción de una estación ferroviaria emblemática que se resiste a perderse en la historia. No recemos pues un réquiem, sino entonemos un canto de esperanza para que alguien nos oiga.