sábado, 6 de junio de 2020


Con los acordes de la Sinfonía Fantástica de Héctor Berlioz, imagino a mi amiga bailando envuelta en ese vestido de fiesta,  largo, azul, que tanto le gusta a Carlos, acercándose al espejo en el que siempre veo reflejada la imagen de su marido.
El espejo del ascensor también soporta mi cansancio.
  Once pisos. El vendedor le advirtió a modo de chanza, que eran ciento noventa y ocho escalones. Desde el octavo ya oigo la melodía.
Nunca la había sentido, ya desde el octavo piso, como una música tan inquietante.
En todos los ascensores de esta marca, los botones están situados a la derecha. Conozco su textura.  Mis dedos los recorren a diario, mientras calculo mentalmente el número de peldaños que corresponderían a cada planta.  ¿Cuánto tiempo tardaría en llegar al suelo, si me tiro desde su terraza? ¿Cinco segundos?
Es una versión  excesivamente rápida, para mi gusto, pero ella siempre nos pone la misma y el ascensor parece subir más deprisa.
Desde arriba se ve toda la ciudad. 
A Pilar le gusta jugar con los olores. En su terraza, donde es costumbre tomar un té los jueves por la tarde, se mezclan extrañas combinaciones de aromas difíciles de definir.
También disfruta enseñándome sus uñas recién pintadas del color de la sangre, sobre todo a mí, que me confunde y dice que soy Clara, la rubia que aparece constantemente fotografiada en los ojos de su marido.
Pero yo no soy Clara, ¿o sí?
El botón número once cede a la presión de mi dedo índice.
Por el cristal de la puerta del ascensor los números van cambiando. Cuatro, cinco… Voy contando los peldaños. ¿Cincuenta y dos?
La puerta del ascensor se abre y los acordes me paralizan. Pilar me sonríe. 
No oigo a nadie.  Esta soledad duele. 
Duele como el miedo. Como las fobias, como el pánico.   
Sin duda la mujer que yo veía reflejada en el espejo necesita más sesiones de psicoterapia. Pero ¿quién es la mujer del espejo? No la conozco, ¿o soy yo misma? 
ilar tiene una sonrisa extraña.
Siento la textura cálida de las alfombras.
Qué raro. No están mis amigas.
El té humea sobre la mesa, mientras el sol entra horizontal por los cristales y el tiempo se rompe en el espejo. 
¿Volverá hoy a ver en mis ojos, los ojos de su marido?  
Las sombras crecen.
¿Por qué me ha invitado solo a mí?
Baja el volumen de la música que se difumina lenta por toda la estancia, como ese aroma a yerbas raras con el que me sorprende este jueves. 
Su marido se llama Carlos, pero yo no le conozco. ¿O sí? 
¿Cómo sé que se llama Carlos?
¿Me enseñará otra vez sus uñas?  ¿Y si me ataca? 
Pese a mi agudeza olfativa no consigo determinar con certeza el tipo de té que ha preparado Pilar. ¿Cay? ¿Te turco? ¿Una variedad de té negro? 
Ni en Turquía, ni en casa de Pilar se puede rechazar el té.
El aroma… ¿una colonia de hombre? ¿De Carlos? 
Me hace sitio en el sofá. 
Es cómodo, apacible, podría utilizar más adjetivos, atribuirle más propiedades, todas confortables, pero creo que son suficientes. Siempre lo reserva para la invitada de honor y en esta ocasión me toca a mí. 
En la mesa central una taza de té para cada una. 
Frente a mí un magnifico espejo con marco de madera de nogal torneado estilo Luis XVII, desde el que siento la amenaza de unas uñas pintadas de rojo sangriento.
Sobre una mesa baja, junto al piano, un antiguo tocadiscos y una navaja cabritera de hoja larga que brilla siniestra con los últimos rayos de sol.
Paladeo el té muy despacio mientras los ojos de Carlos me sonríen desde todas las esquinas. 
¿Qué le habrá echado esta tarde Pilar al té? 
Mientras lo pienso me voy acercando peligrosamente a la barandilla de la terraza.
Como si me viera los pensamientos, oigo su voz metálica y lejana. 
No te preocupes, querida, la psilocibina se utiliza para superar los miedos. Vete con él.  Trece gotas son más que suficientes. Además, no dejan rastro. 
Ahora Carlos me mira desde abajo. Me espera, sólo son unos segundos. 
Voy a su encuentro mientras oigo a Pilar cada vez más lejos, ¿Qué haces insensata?  



    ***



-         Muchas gracias por aceptar mi invitación. Se puede usted sentar con toda tranquilidad. Como sabe mi objetivo es escribir sobre la vida de Clara Suances. ¿Me escucha? ¿Me comprende? Creo que sí. 
-         Sí.
-         Pilar, siéntese aquí, – le digo –, frente a la pantalla. Y le ayudo a ponerse un casco. 
He puesto mucho papel en la impresora que comienza a imprimir a doble cara. Yo me siento frente a otro ordenador.
¿Le molesta? Ella se acaricia el casco con las manos y la máquina deja de imprimir.
Sus ojos vuelven a la pantalla. Se ve a sí misma, como en un espejo. La máquina no deja de escribir.  Seguramente las doscientas primeras páginas no sirvan para nada
-         ¿Clara? ¿Clara Suances? Si, la ladrona, me robó a mi marido. La recuerdo, - su voz suena nítida -, los dos acabaron en el mismo sitio. Pero yo no los maté. La justicia me dio la razón.
-         ¿Cómo fue? 
Pilar entra en un profundo silencio, los recuerdos salen por la impresora.
-         ¿Podría apagar la impresora, por favor?
-         Imposible. Le explicaré la razón. Está usted ante un ordenador, ¿verdad? Ante la pantalla de un ordenador. 
-         Cierto, pero la impresora…
-         Hemos invertido el sentido de la información. Nosotros a través del teclado o el ratón le dábamos los datos al sistema, ahora, es el propio sistema el que capta la actividad de nuestro cerebro por medio de esta pantalla compuesta por una combinación de neuro receptores sensoriales, que va captando la secuencia de las neuronas estimuladas y lo traduce, de manera que interpreta y predice nuestros pensamientos en función del mapa secuencial , asi pues, aunque usted diga algo que es falso, si piensa lo contrario la máquina no  traducirá más que la verdad, y las transcribe a lenguaje binario que posteriormente es traducido a un determinado idioma, que es lo que imprime.
-         ¿Quiere decir qué?
-         Que no imprime lo que dice, sino lo que piensa. 
-         Eso es ilegal, no es ético.
-         Señora todo depende de su uso. ¿Acaso su conducta es ética? ¿es legal?
-         La sentencia fue de inocencia. Ella se suicidó.
-         Pero usted no le contó al juez nada sobre el contenido del té, de su aroma de la psilocibina, ni de las trece gotas, dosis suficiente como para matar a diez ratas.  No se preocupe, solo es para mi novela.
-         Quiero marcharme.
-         ¿Con lo interesante que está resultando el diálogo?
-         No diré nada más.
-         Da lo mismo. La máquina escribirá por usted. Además, teniendo en cuenta que  es inocente y que se trata de una novela, no es más que un diálogo inofensivo en el que usted no habla. Puede negarlo todo, porque en realidad no ha dicho nada. Imagínese “inocente”, que se corresponde con esta serie de neuronas estimuladas, “9-12-17-3-5-15-20-5” pero la impresora va a escribir esta otra: “culpable”     que es lo  que usted está pensando.  
No, no se le ocurra destruirla, eso que suena es una alarma ante los pensamientos peligrosos para el sistema. ¿Qué cómo funciona? ¿ha oído hablar alguna vez de la luz oscura? ¿de la luz líquida? ¿de la luz prohibida? Eso no es fácil de explicar. ¿sabe algo de la inteligencia cuántica? ¿de los algoritmos Intersensoriales? ¿de los bioaceleradores de partículas alfa?  Si creo que es muy difícil de explicar, mejor que descanse un poco. Vamos a tomar un café y seguimos hablando, aunque lejos de su amiga.
-         Admitido,  un café, pero lejos.
-         Hemos dado un paso más, si usted esta viendo el puente sobre el Sena, la máquina seguramente nos dé una imagen muy aproximada del caballero que usted imagina que la acompaña por la orilla del rio, estatura, complexión, color, atuendo etc., porque a la máquina no le interesan ya los sentidos por si mismos, sino la interpretación que  hace su cerebro.  
-         Eso es ciencia ficción
-         Ya no es ciencia ficción, sino ciencia presente. Está patentada y tiene un ejemplar la policía y los ordenadores  están interconectados. Además, por sus pensamientos va reconociendo a las personas. Y sabe de su ubicación en tiempo real. Pero no tiemble, querida amiga, que ahora ya la máquina no la ve.
-       ¿Qué va a tomar?
-       Una tila por favor
-       Gracias, ha salido todo muy bien. Ya tengo material para escribir una novela. Me llevará un año o más. Solo hay un pequeño detalle que no me cuadra, esta tila está mejor, sin duda, que el té que le ofreció a Clara, pero dígame, Pilar, después de la experiencia, ¿por qué sigue intentando engañarme? La máquina ha demostrado que usted no es Pilar, sino que se llama Valeria León, y que antes que a  Carlos tuvo otro marido que también asesinó. Emilio, ¿Lo recuerda? Si desde una moto, le disparó a la ventanilla del coche. De aquel evento salió también indemne. Una buena actriz sin duda.


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