El espejo del ascensor también soporta mi cansancio.
Once pisos. El vendedor le
advirtió a modo de chanza, que eran ciento noventa y ocho escalones. Desde el
octavo ya oigo la melodía.
Nunca la había sentido, ya desde el octavo piso, como una música tan
inquietante.
En todos los ascensores de esta marca, los botones están situados a la
derecha. Conozco su textura. Mis dedos
los recorren a diario, mientras calculo mentalmente el número de peldaños que
corresponderían a cada planta. ¿Cuánto
tiempo tardaría en llegar al suelo, si me tiro desde su terraza? ¿Cinco
segundos?
Es una versión excesivamente rápida, para mi gusto, pero ella siempre nos pone la misma y el ascensor parece subir más deprisa.
Es una versión excesivamente rápida, para mi gusto, pero ella siempre nos pone la misma y el ascensor parece subir más deprisa.
Desde arriba se ve toda la ciudad.
A Pilar le gusta jugar con los olores. En su terraza, donde es costumbre tomar un té los
jueves por la tarde, se mezclan extrañas combinaciones de aromas difíciles de definir.
También disfruta enseñándome sus uñas recién pintadas del color de la
sangre, sobre todo a mí, que me confunde y dice que soy Clara, la rubia que
aparece constantemente fotografiada en los ojos de su marido.
Pero yo no soy Clara, ¿o sí?
El botón número once cede a la presión de mi dedo índice.
Por el cristal de la puerta del ascensor los números van cambiando.
Cuatro, cinco… Voy contando los peldaños. ¿Cincuenta y dos?
La puerta del ascensor se abre y los acordes me paralizan. Pilar me sonríe.
La puerta del ascensor se abre y los acordes me paralizan. Pilar me sonríe.
No oigo a nadie. Esta soledad
duele.
Duele como el miedo. Como las fobias, como el pánico.
Sin duda la mujer que yo veía reflejada en el espejo necesita más
sesiones de psicoterapia. Pero ¿quién es la mujer del espejo? No la conozco, ¿o
soy yo misma?
ilar tiene una sonrisa extraña.
Siento
la textura cálida de las alfombras.
Qué raro. No están mis amigas.
El té humea sobre la mesa, mientras el sol entra horizontal por los cristales
y el tiempo se rompe en el espejo.
¿Volverá hoy a ver en mis ojos, los ojos de su marido?
Las sombras crecen.
¿Por qué me ha invitado solo a mí?
Baja el volumen de la música que se difumina lenta por toda la estancia,
como ese aroma a yerbas raras con el que me sorprende este jueves.
Su marido se llama Carlos, pero yo no le conozco. ¿O sí?
¿Cómo sé que se llama Carlos?
¿Me enseñará otra vez sus uñas? ¿Y
si me ataca?
Pese a mi agudeza olfativa no consigo determinar con certeza el tipo de té
que ha preparado Pilar. ¿Cay? ¿Te turco? ¿Una variedad de té negro?
Ni en Turquía, ni en casa de Pilar se puede rechazar el té.
El aroma… ¿una colonia de hombre? ¿De Carlos?
Me hace sitio en el sofá.
Es cómodo, apacible, podría utilizar más adjetivos, atribuirle más propiedades,
todas confortables, pero creo que son suficientes. Siempre lo reserva para la
invitada de honor y en esta ocasión me toca a mí.
En la mesa central una taza de té para cada una.
Frente a mí un magnifico espejo con marco de madera de nogal torneado
estilo Luis XVII, desde el que siento la amenaza de unas uñas pintadas de rojo
sangriento.
Sobre una mesa baja, junto al piano, un antiguo tocadiscos y una navaja
cabritera de hoja larga que brilla siniestra con los últimos rayos de sol.
Paladeo el té muy despacio mientras los ojos de Carlos me sonríen desde
todas las esquinas.
¿Qué le habrá echado esta tarde Pilar al té?
Mientras lo pienso me voy acercando peligrosamente a la barandilla de la
terraza.
Como si me viera los pensamientos, oigo su voz metálica y lejana.
No te preocupes,
querida, la psilocibina se utiliza para superar los miedos. Vete con él. Trece gotas son más que suficientes. Además,
no dejan rastro.
Ahora Carlos me mira desde abajo. Me espera, sólo son unos segundos.
Voy a su encuentro mientras oigo a Pilar cada vez más lejos, ¿Qué haces
insensata?
***
- Muchas
gracias por aceptar mi invitación. Se puede usted sentar con toda tranquilidad.
Como sabe mi objetivo es escribir sobre la vida de Clara Suances. ¿Me escucha?
¿Me comprende? Creo que sí.
- Sí.
- Pilar,
siéntese aquí, – le digo –, frente a la pantalla. Y le ayudo a ponerse un
casco.
He puesto mucho papel en la impresora que
comienza a imprimir a doble cara. Yo me siento frente a otro ordenador.
¿Le molesta? Ella se acaricia el casco con las
manos y la máquina deja de imprimir.
Sus ojos vuelven a la pantalla. Se ve a sí
misma, como en un espejo. La máquina no deja de escribir. Seguramente las doscientas primeras páginas
no sirvan para nada
- ¿Clara?
¿Clara Suances? Si, la ladrona, me robó a mi marido. La recuerdo, - su voz
suena nítida -, los dos acabaron en el mismo sitio. Pero yo no los maté. La
justicia me dio la razón.
-
¿Cómo fue?
Pilar entra en un profundo silencio, los
recuerdos salen por la impresora.
- ¿Podría
apagar la impresora, por favor?
- Imposible.
Le explicaré la razón. Está usted ante un ordenador, ¿verdad? Ante la pantalla
de un ordenador.
- Cierto,
pero la impresora…
- Hemos
invertido el sentido de la información. Nosotros a través del teclado o el
ratón le dábamos los datos al sistema, ahora, es el propio sistema el que capta
la actividad de nuestro cerebro por medio de esta pantalla compuesta por una
combinación de neuro receptores sensoriales, que va captando la secuencia de
las neuronas estimuladas y lo traduce, de manera que interpreta y predice
nuestros pensamientos en función del mapa secuencial , asi pues, aunque usted
diga algo que es falso, si piensa lo contrario la máquina no traducirá más que la verdad, y las transcribe
a lenguaje binario que posteriormente es traducido a un determinado idioma, que
es lo que imprime.
- ¿Quiere
decir qué?
- Que
no imprime lo que dice, sino lo que piensa.
- Eso
es ilegal, no es ético.
- Señora
todo depende de su uso. ¿Acaso su conducta es ética? ¿es legal?
- La
sentencia fue de inocencia. Ella se suicidó.
- Pero
usted no le contó al juez nada sobre el contenido del té, de su aroma de la
psilocibina, ni de las trece gotas, dosis suficiente como para matar a diez
ratas. No se preocupe, solo es para mi
novela.
- Quiero
marcharme.
- ¿Con
lo interesante que está resultando el diálogo?
- No
diré nada más.
- Da
lo mismo. La máquina escribirá por usted. Además, teniendo en cuenta que es inocente y que se trata de una novela, no
es más que un diálogo inofensivo en el que usted no habla. Puede negarlo todo,
porque en realidad no ha dicho nada. Imagínese “inocente”, que se corresponde
con esta serie de neuronas estimuladas, “9-12-17-3-5-15-20-5”
pero la impresora va a escribir esta otra: “culpable” que es lo que usted está pensando.
No,
no se le ocurra destruirla, eso que suena es una alarma ante los pensamientos peligrosos
para el sistema. ¿Qué cómo funciona? ¿ha oído hablar alguna vez de la luz
oscura? ¿de la luz líquida? ¿de la luz prohibida? Eso no es fácil de explicar.
¿sabe algo de la inteligencia cuántica? ¿de los algoritmos Intersensoriales?
¿de los bioaceleradores de partículas alfa?
Si creo que es muy difícil de explicar, mejor que descanse un poco.
Vamos a tomar un café y seguimos hablando, aunque lejos de su amiga.
- Admitido, un café, pero lejos.
- Hemos
dado un paso más, si usted esta viendo el puente sobre el Sena, la máquina
seguramente nos dé una imagen muy aproximada del caballero que usted imagina
que la acompaña por la orilla del rio, estatura, complexión, color, atuendo
etc., porque a la máquina no le interesan ya los sentidos por si mismos, sino
la interpretación que hace su
cerebro.
- Eso
es ciencia ficción
- Ya
no es ciencia ficción, sino ciencia presente. Está patentada y tiene un
ejemplar la policía y los ordenadores
están interconectados. Además, por sus pensamientos va reconociendo a
las personas. Y sabe de su ubicación en tiempo real. Pero no tiemble, querida
amiga, que ahora ya la máquina no la ve.
- ¿Qué
va a tomar?
- Una
tila por favor
- Gracias,
ha salido todo muy bien. Ya tengo material para escribir una novela. Me llevará
un año o más. Solo hay un pequeño detalle que no me cuadra, esta tila está mejor,
sin duda, que el té que le ofreció a Clara, pero dígame, Pilar, después de la
experiencia, ¿por qué sigue intentando engañarme? La máquina ha demostrado que
usted no es Pilar, sino que se llama Valeria León, y que antes que a Carlos tuvo otro marido que también asesinó.
Emilio, ¿Lo recuerda? Si desde una moto, le disparó a la ventanilla del coche.
De aquel evento salió también indemne. Una buena actriz sin duda.
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