miércoles, 3 de enero de 2018

bienvenida tu tinta MARIA JESUS LEZA




Maria Jesús Leza, novelista, regatista, pintora, escenógrafa grabadora, Literario “Ciudad de Getafe 2000”, y por dos años consecutivos el de la “Semana Ibérica de Comunicaciones”; y ha sido finalista en certámenes como los de” Relatos de mujer” del Ayuntamiento de Bilbao y el del “Ateneo Cultural 1º de Mayo de Madrid”. Tiene publicado un libro juvenil en la editorial ELKAR de San Sebastián titulado “Estrella de mar” y los libros de relatos “Verdi o la fuerza del sino y otros relatos sobre músicos” y “Suite Oriental” en la editorial Alpuerto.



Artista integral, pinta aquí con letras y corcheas un relato emocionante.




 LOS GUANTES DE RITA HAYWORD



Decían que me parecía a Rita Hayword, que tenía su misma sonrisa. Yo no veía ese parecido cuando contemplaba sus fotos en las revistas de cine, quizás me daba cierto aire a ella porque soy pelirroja de ojos castaños, pero más tarde me enteré de que en realidad Rita Hayword era morena de origen español, por eso ese raro contraste de ojos marrones y cabello rojo teñido, exigido por los productores de Hollywod
El caso es que desde adolescente coleccionaba fotos de Rita, me veía todas sus películas alquiladas en la videoteca del barrio y las que echaban en la tele. Rita Hayword hacía muchos años que había fallecido, aunque sus films habían quedado en la memoria de anteriores generaciones, mis abuelos, por ejemplo, y mi madre, sin ir más lejos, recordaba haber visto “Gilda” siendo muy joven cuando la estrenaron en un cine de la Gran Vía. Y este año cuando me invitaron a un baile de disfraces que iba a celebrarse un martes de Carnaval, pensé vestirme de “Gilda”, un disfraz sencillo, socorrido y que, a mí, particularmente me venía como anillo al dedo. La idea me la dio una antigua guantería del Centro. Al pasar por la calle de Espoz y Mina me atrajo un escaparate con guantes de lana, cabritilla, seda, ganchillo y terciopelo. Uno de esos comercios que ya no quedan, quizás aquella era ya la última guantería que quedaba y que mostraba en el centro de la vitrina, como una preciosa reliquia, un par de guantes, largos de terciopelo negro. “Son como los de Gilda”, dije en voz alta, y sin dudarlo entré y los compré. 
Lo demás fue coser y cantar, nunca mejor dicho. Mi madre sacó del baúl un traje de noche de satén que en tiempos pasados utilizaba para ir a la ópera y, como sabía de costura, lo acortó con abertura a un lado y escote palabra de honor adaptándolo a mis medidas. Unos zapatos de pulsera que guardaba en el fondo del armario completaron el conjunto.

Aquella noche de Martes de Carnaval antes de salir de casa vestida y maquillada, me contemplé largamente en el espejo que me devolvió la imagen de la mismísima Rita Hayword. Sonreí seductora, como ella solía hacerlo, mientras sacudía mi hermosa melena ondulada y daba los últimos toques de “rouge” intenso a mis labios

Había venido a buscarme Nacho, mi chico, disfrazado de gánster de Chicago años 30. Estaba muy guapo con su borsalino, bigote de pega y traje a rayas, sin embargo en su cara se reflejaban el cabreo y el malhumor. Todo porque, Borja, el organizador de la fiesta le caía fatal. Opinaba que era un pijo insoportable, además aseguraba que me tiraba los tejos descaradamente, algo absolutamente falso. Lo qué si era cierto es que Nacho era muy celoso y veía rivales por todas las partes. Eso no me molestaba, al contrario, pensaba que era una muestra del amor que me tenía. De todas las maneras le dije que no estaba dispuesta a perderme la fiesta, que si a él no le apetecía ir, acudiría sola y, claro, como eso no podía consentirlo, accedió acompañarme. 
Tomamos un taxi hasta el barrio de Salamanca, pues el baile se celebraba en un piso de la calle Velázquez y durante el trayecto, Nacho no dijo ni “mu”, lo que interpreté como una mala señal, yo tampoco dije nada, no tenía ganas de discutir, solo quería pasarlo bien. La primera parte de la fiesta trascurrió divinamente. Borja demostró ser un anfitrión maravilloso. El buffet del gran salón estaba surtido toda clase de bebidas y exquisitos canapés y había contratado un disc-jokey para amenizar la velada. Estuvimos bailando, bebiendo y riendo sin parar hasta eso de la media noche, cuando la gente comenzó a dar muestras de cansancio y a tirarse en los sillones y sofás. Entonces Borja dijo que era un buen momento para empezar con el “Show”, que consistía en los distintos números que debíamos realizar cada invitado. Empezó David Puente. Disfrazado de payaso, contó la mar de chistes y chascarrillos, le siguió Tatiana Fernández ataviada con un precioso traje de tu-tu, protagonizó su particular versión de “El cisne negro” de “El lago de los cisnes”, que fue muy aplaudido. Mucho menos éxito tuvo Toni Cascajares que se puso a imitar con bastante mala fortuna a Alejandro Sanz y por fin llegó mi turno. Antes de colocarme en medio de salón entregué un CD al disc-jokey con la música de la canción “Échale la culpa a mamá”, la que interpretaba Rita Hayword en “Gilda” y cuya letra me había aprendido de memoria. En medio gran expectación comencé a cantar, desplazarme y contonearme como ella, no en vano había visto el vídeo de la película varias veces y ensayado otras tantas ante el espejo. Eso parece que estaba dando resultado porque la gente parecía encantada, a juzgar por sus caras, pero que era yo la que más disfrutaba metida en la piel de “Gilda, sobre todo cuando llegó el momento del estriptis y empecé a desprenderme de un guante poco a poco, con parsimonia y luego lancé al tuntún cayendo sobre un jarrón de porcelana china. Fue mala suerte que el segundo guante fuese a parar directamente a las manos de Borja, sin ninguna intención por mi parte, claro está, pero el caso es que de pronto vi como Nacho se acercaba a grandes zancadas, con el rostro desencajado, hecho una furia y me arreaba un bofetón en plena cara. Los minutos que siguieron fueron de gran confusión, Borja y Nacho se enzarzaron en una pelea tan enconada que se necesitó a varios para poder separarlos. Los más cinéfilos permanecieron sentados como meros espectadores convencidos aquello formaba parte del “show” y que a Nacho le había tocado interpretar el papel de Glen Ford. Lo último que recuerdo de la fiesta es que Borja echó a Nacho de la casa a patadas, a la vez que las chicas le llamaban machista y cabrón e intentaban consolarme ya que me dio por llorar como una histérica.  
Borja me ha acercado a casa en su coche y en este momento estoy en mi habitación. El disgusto no se me ha pasado, pienso que he arruinado la fiesta. El vestido negro satén descansa en el suelo hecho un guiñapo, sin embargo, he guardado los guantes cuidadosamente en un cajón de la cómoda.  Al fin y al cabo, gracias a ellos he descubierto de lo que Nacho es capaz y quién sabe si también me han librado de un futuro maltratador. 





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