
A nuestra incultura musical,
sobrecoge el Padre Nuestro de Ferenc Listz, ante la sonoridad y profundidad de
los bajos, o el Locus Iste de Antón Bruckner, con los que su director disfruta
entonando con todo su cuerpo una danza que mueve la música hacia lo sublime. Es
un lenguaje corporal que, bien pudiera parecer exagerado, y no es sino la
expresión corporal del disfrute de la propia interpretación. vivir las notas,
beber la música, emborracharnos con su arte.
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