JOSE MARIA GARRIDO
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Se me iban agotando los adjetivos, las comas, y las admiraciones.
En mi biblioteca había para varios años de lectura
ininterrumpida.
Aquella tarde, como casi todas había futbol en la
televisión y sonaba triste la lluvia en los cristales.
Por la mañana había terminado uno de una autora
de la que ya no recuerdo ni su nombre
Tomé otro del tercer estante. Era de un tal J M Garrido. Un desconocido que quería ser escritor. Relatos inconexos.
Página 14. Estoy llegando.
Tomé otro del tercer estante. Era de un tal J M Garrido. Un desconocido que quería ser escritor. Relatos inconexos.
Página 14. Estoy llegando.
En aquel momento no tenía ni idea de donde
estaba, ni quien era. Pero sin duda era un viaje.
Me senté cómodamente en el sillón y me dispuse
a viajar.
Sentía un placer indescriptible dejándome
llevar por una ruta desconocida.
“Al principio no era así. No te asustes. A lo
largo del viaje he perdido kilos, adquiriendo una imagen muy distinta de la que
tenía antes”
¿Qué forma tenía yo al principio, antes de
coger el libro?
¿Qué forma tengo ahora? ¿Es la misma?
Prefiero no mirarme en el espejo.
¿Cuándo fue el principio?
¿Cuántos años tengo?
¡Los espejos! ¡Socorro! ¡Los espejos!
Voy al cuarto de baño, vacío la cisterna.
Un alarido.
El monstruo pierde el equilibrio y cae por el
inodoro. Pero vuelve.
Vuelve con más fuerza.
No soy yo.
¿No soy yo?
Me miro en el espejo.
Soy hermosa, pero vuelve.
Me rodea.
Me defiendo con un frasco de perfume.
¡Sangre! ¡Qué bien huele la sangre!
Pero no distingo si la sangre es del monstruo o
mía.
Me desvanezco.
Siento más próximo el respaldo del sofá.
El libro se me cae de las manos.
Estoy sudando.
Me arrastro a recogerlo….
Quiero quedarme dormido, pero me ataca el olor
a un perfume conocido.
Ella está allí, en el cuarto de baño, desnuda,
con el frasco roto entre las manos.
Me acerco.
“Ahora lo importante es no perder altura, sujetarme
bien a estas paredes cada vez más gelatinosas, para ello ¿necesito la vista?”
¿Qué me pasa? ¿Dónde estoy?
¿Perder altura?
Es una tubería, ¿Quién soy? Se va ensanchando.
El tacto no me engaña. Mis manos, las escamas…
La tubería se vuelve blanca.
¿Gelatina? No. Esto es otra cosa. ¡Qué mal
huele!
¿Soy acaso el monstruo?
Lo importante es no perder altura.
Estoy llegando.
Arriba luz, espejos.
No quiero mirarme.
Hay una mujer.
Desnuda. Hermosa.
Parece que me oye.
La rodeo con mis escamas. No tengo brazos, ni manos.
Aprieto. Grita.
Grito, pero estoy sola.
“No, el objetivo no es verte
y que me veas. He de vencer el poder de las corrientes jabonosas que siempre
bajan.”
En medio, un charco de sangre, que no se si es
mía, o es de la mujer o del monstruo.
Grita ella, grito yo.
EL monstruo grita.
Reconozco su voz. Me reconozco.
Me miro al espejo. Es ella. Es ella.
Ahora ya no soy el monstruo.
Soy hermosa, soy ella. Soy su víctima.
Ella ya no existe. Solo yo.
Me envuelvo en una toalla ámplia y regreso al sofá
corriendo cierro el libro y descanso mientras oigo la lluvia que cae lenta en los
cristales.
Ha sido un viaje agotador.
Sigo sola, pero más tranquila.
Ya soy yo misma. Puedo volver a leer.
“¿Respiras, todavía? Sí, noto
el vertiginoso latido de tu corazón entre mis escamas y esa mirada que se va
perdiendo en un horizonte cercano, que te ahoga despacio, despacio.”
Recojo los restos del monstruo, y lo que parece
sangre, con una fregona y vuelco su contenido pestilente y gelatinoso, por el
inodoro esperando que el monstruo resbale, se hunda y no vuelva.
Queda en el ambiente, ese extraño olor a
perfume penetrante, insoportable y alguna huella de pezuñas con escamas, por el
pasillo, camino de la puerta de la calle.
Descanso y vuelvo a mirarme al espejo, mientras
intento eliminar cualquier recuerdo.
Sí soy hermosa.
Sobre la mesa un libro: “Relatos inconexos”, de un
escritor desconocido, esta abierto por la Página 14.
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