Don
Laureano Prieto, el maestro, de pelo blanco, rizado, se echa las manos a la
cabeza. Está sentado frente a la estufa, en una silla de madera de castaño de
esas que hay en el teleclub, tan viejas como él, mientras sus ojos se quedan
fijos en la televisión en blanco y negro.
Con voz
casi metálica, el locutor da la noticia bajo los acordes elegiacos de una canción
de Rosalía de Castro.
“-…Buenas tardes, hoy
treinta de abril de 1963, hemos conocido la noticia del fallecimiento del escritor
orensano Don Vicente Martínez Risco…”
Don
Laureano se levanta y va hacia la otra esquina donde una radio de válvulas está
dando la misma noticia.
¿Qué será
ahora de Mari Carmen, su mujer? Mañana estaré con ella…
Hoy no ha
llovido. En la calle los niños juegan, ajenos a la noticia.
Los mira
por la ventana.
A estos
rapaces, nada les importa.
Aún
recuerdo su mirada triste.
Pero yo
estoy jugando con mi amigo.
***
Él, tiene
la cara redonda y unos ojos buscadores de luz.
Le gusta
correr por la carretera guiando una llanta de bicicleta con un gancho de
hierro, haciendo un ruido infernal. Es el juego del aro.
A veces yo
le sigo con otro igual, compitiendo, para ver cuál de los dos suena más fuerte.
Siento por
él un cariño especial, imperecedero. Es más que mi amigo.
Años
después descubro que aquella mirada, aquella cara tan redonda es propia de las
personas que padecen síndrome de Down.
***
Pasados cuarenta
y siete años, la editorial Vitruvio, publica un libro titulado “Horizonte al noroeste”; en uno de sus capítulos
se recuerda esta historia.
Aquel
rapaz, hoy escritor, no pudo olvidar nunca a Vicente Martínez Risco, a don
Laureano Prieto, ni a su amigo el del aro, Jose Manuel Núñez Barreiros.
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