En mi pequeño jardín ha nacido un
pimiento. Es rojo y me saca los colores, fuerte y quiere me cuide. Rugoso igual que mis arrugas, crece, le
envidio y me siento diminuto. Le riego
con la lluvia de la luna y las palabras y él se da la vuelta para verme. Todos
los días le acaricio con mi aliento de lluvia o de sequía y siento como vence a
todas horas al otoño, como el niño roble, que crece cerca, son esos amigos que
me dan vida, aunque aún no me den sombra.
A veces, escarbo en mis raíces, que
son las suyas y le pongo tierra nueva, recuerdos como espejos abonados de otras
vidas, que se enredan en sus ramas, que son también mis ramas. Otras veces me gastan una broma, mientras
juegan a parar las agujas de mi reloj de bolsillo, regalo de mis reyes magos.
Ahora esos dos magos están en una caja de madera labrada con mis manos, con mi
cuchara y mi tenedor, ya jubilados, tal vez sentados conversando sobre el
tiempo que no pasa. Yo sé dónde están y no los veo, pero siento a su lado mi
pequeño jardín que vive; y no lo oigo, pero ellos, mis árboles, mis magos, mis
espejos, sus ramas y sus frutos no dejan de susurrarme palabras que no
entiendo. Empezaré a estudiar su idioma.
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