UNA FUENTE: JUAN
CARLOS MESTRE
UN LUGAR
IMAGINARIO EL MUSEO DE LA CLASE OBRERA
POR JOSÉ
MARÍA GARRIDO
30-10-18
Debía estar cargado de alcohol cuando llegaba esa hora
suprema.
Recuerdo vagamente que aquel escritor castellano, famoso
por su verso y por su prosa, al que admiraba tanto, nunca se detuvo junto a mí
mientras yo, sentado en la puerta de la taberna pasaba las mejores horas de la madrugada,
saboreando la conversación con aquel animal más inteligente que yo, llamado
perro. Ya estaba disfrutando del olvido del autor mientras él me hablaba de la
esquizofrenia de los ángeles que entraban y salían de la taberna, todos con su
minifalda roja. ¿Todos, o eran todas?
Cuando empezaron a caer las primeras gotas, se formó frente
a la puerta, una procesión de astros con cartera bien repleta y vida de
soltero, se abrieron paso a codazos en busca de las minifaldas de los ángeles. Yo como el perro, tenía un buen olfato y me
chiflaba el aroma a canela, aunque no había ninguno que oliera a honestidad. El
local se quedó vacío, todas se esfumaron a bordo de sus escobas.
El perro, que no era mío, - ¡Ya quisiera yo! -, se fue
despidiendo con una sonrisa antológica, mientras se iban cabizbajos y
desplumados, bailando bajo la lluvia. Y una vez solos, el escritor se acercó a
nosotros y me miró. Mi autoestima subió como la espuma, Yo sabía que tenía
nombre de rey, pero le pregunté por romper el hielo, o para evadirme a
manotazos del sopor que bañaba mi entendimiento;
¿Cómo se llama usted?
Me gustaría volver a verle.
Entre tanto, escribo relatos a girones, sin copiar a nadie,
o dibujo en el papel frases que quieren ser poemas sin fuerza ni sentido. A
veces solo pienso mientras parece que duerno. O tal vez sueñe con alguna
vagoneta aparcada en la esquina de la calle, que escapa divertida a las miradas
de todos los curiosos.
La taberna cerró por desfalco. Ahora, en mis noches de
insomnio me acerco al museo de la clase obrera; su puerta me recuerda a la de
aquella taberna, esperando ver entre lo oscuro, a un perro más inteligente que
yo, que me haga compañía, o a un rinoceronte blanco que espante a los astros
sin corona, mientras recita versos de aguardiente y se reviven los relojes
desarmados. Pero en el fondo, a quien estoy esperando es al poeta. Gracias Juan
Carlos, no tarde.
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