martes, 4 de agosto de 2020

GARRAS por JOSÉ MARÍA GARRIDO DE LA CRUZ


Seducir es el arte de encantar o cautivar para provocar la atracción sexual de una persona, de forma consciente.”





El reloj va despacio como mis manos, parándose entre las hojas de sus libros, todos con más de cien años, algunos no muy bien conservados.  El calor es sofocante.  El sol de media tarde cae deprisa; lo oscuro tuviese prisa por llegar. La noche abierta y la luna amenazando.
La libreria tiene que cambiar de casa.
Al lado de la pluma con la que escribo, cae un sobre viejo, amarillo y abierto. Es pequeño como el frasco de un potente veneno.
Mis dedos se aproximan lentamente, tienen miedo.
Su textura es áspera, rugosa y dura, como el cartón.
Mis dedos se apartan bruscamente, pero mis ojos no pueden retirarse.
Cojo el monóculo con el que puedo ver el peligro más cerca.
La letra es de una mujer; redondilla y en mayúsculas separadas. Sus rasgos a primera vista denotan altivez, orgullo, egocentrismo y retorcimiento. Una mujer acostumbrada a hacer de su entorno un imperio y de sus moradores esclavos a su servicio.
Reconozco a la autora de la letra y aumenta el sudor.
Los grafólogos dirían que se trata de una personalidad histriónica. Yo, que la he conocido bien, creo que se quedan cortos.

“Entregar a Leonardo Santiago”
“Remite Valeria León”

No tendría ninguna importancia si no supiera quien es Valeria León, y que en la novela que hace muchos años, escribimos a dos manos, ella en la cárcel y yo en el destierro, yo era Leonardo.  Eso tampoco tendría importancia, si el sobre estuviese vacío, y si en el remite no tuviera grabadas con carmín sus huellas digitales, ¿O eran con sangre? 
Una de sus esquinas parece esconder un corazón, pero son garras. Sin que mis dedos se acerquen demasiado a ellas, lo abro.  Desamparada, descuadernada y sola, cae sobre la mesa una hoja de un libro.
Las aristas afiladas de su mirada amenazante se clavan en mis ojos como cuchillos.
Es una hoja, con las páginas 503 y 504, aleonada, huérfana de autor y fecha, que me deja ver a través de mi monóculo, una historia sórdida que yo desconozco a medias.
Vuelve la frialdad y el desdén de su voz, dibujados en mi recuerdo.

Mis amigas y aliadas inseparables, la curiosidad y la impaciencia, me llevan enseguida a descubrir que al libro “Asi son, asi matan” de Manuel Marlasca y Luis Antonio Réndeles, le falta una hoja, precisamente esta.
Siento el revoloteo de su vestido rojo cerca, muy cerca, sensual y cálido, mientras escribo el nudo de un nuevo capítulo, ese nudo se me anuda a la garganta. Desde que las escaleras de aquel lujoso chalet la recogieran, malherida e inconsciente, su sueño, su obsesión es matarle. Y lo planifica en la novela, y me lo enseña.
Yo no puedo ayudarla porque me convertiría en cómplice y tampoco delatarla, sería su próxima víctima. Es ficción. Pero sudo solo con recordarla. Sudo con mirar el sobre, porque ella ya esta en la cárcel y eso no es ficción.
Pese a mi posición de poder, con su relato me provocaba, me acorralaba. Ahora al recordarlo, se han vuelto a parar los relojes.
Le gustaban los caballos, los domaba, como a los hombres. Recuerdo aquel capítulo de la novela, en el que narraba una excursión a una finca en la que había caballos y ella le ofrecía a uno una manzana. Yo no sabía si se la estaba ofreciendo al caballo o a mí.
Llevaba un vestido blanco  que volaba a mi alrededor, como su pelo.
Escribía muy bien.
 Los estantes poco a poco van quedando deshabitados. Las letras se van cayendo.  La tinta palidece, los libros van a las cajas.  Los recuerdos resisten pegajosos en la memoria.
He puesto el anuncio del alquiler.
¿Le gustará la lectura?  Se me cae de las manos el dolor de Dostoievski, “Crimen y castigo”
Acaba de llegar la primera interesada.
Abro la puerta.  Es rubia, lleva un vestido blanco, que revolotea a mi alrededor. Me mira. Cierro la puerta de golpe.

No puedo volver al pasado. 

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