“Seducir
es el arte de encantar o cautivar para provocar la atracción sexual de una
persona, de forma consciente.”
La
libreria tiene que cambiar de casa.
Al
lado de la pluma con la que escribo, cae un sobre viejo, amarillo y abierto. Es
pequeño como el frasco de un potente veneno.
Mis
dedos se aproximan lentamente, tienen miedo.
Su
textura es áspera, rugosa y dura, como el cartón.
Mis
dedos se apartan bruscamente, pero mis ojos no pueden retirarse.
Cojo
el monóculo con el que puedo ver el peligro más cerca.
La
letra es de una mujer; redondilla y en mayúsculas separadas. Sus rasgos a
primera vista denotan altivez, orgullo, egocentrismo y retorcimiento. Una mujer
acostumbrada a hacer de su entorno un imperio y de sus moradores esclavos a su
servicio.
Reconozco
a la autora de la letra y aumenta el sudor.
Los
grafólogos dirían que se trata de una personalidad histriónica. Yo, que la he
conocido bien, creo que se quedan cortos.
“Entregar
a Leonardo Santiago”
“Remite
Valeria León”
No
tendría ninguna importancia si no supiera quien es Valeria León, y que en la
novela que hace muchos años, escribimos a dos manos, ella en la cárcel y yo en
el destierro, yo era Leonardo. Eso
tampoco tendría importancia, si el sobre estuviese vacío, y si en el remite no
tuviera grabadas con carmín sus huellas digitales, ¿O eran con sangre?
Una
de sus esquinas parece esconder un corazón, pero son garras. Sin que mis dedos
se acerquen demasiado a ellas, lo abro. Desamparada,
descuadernada y sola, cae sobre la mesa una hoja de un libro.
Las
aristas afiladas de su mirada amenazante se clavan en mis ojos como cuchillos.
Es
una hoja, con las páginas 503 y 504, aleonada, huérfana de autor y fecha, que me
deja ver a través de mi monóculo, una historia sórdida que yo desconozco a
medias.
Vuelve
la frialdad y el desdén de su voz, dibujados en mi recuerdo.
Mis
amigas y aliadas inseparables, la curiosidad y la impaciencia, me llevan
enseguida a descubrir que al libro “Asi
son, asi matan” de Manuel Marlasca y Luis Antonio Réndeles, le falta una
hoja, precisamente esta.
Siento el revoloteo de su vestido rojo cerca, muy
cerca, sensual y cálido, mientras escribo el nudo de un nuevo capítulo, ese
nudo se me anuda a la garganta. Desde que las escaleras de aquel lujoso chalet
la recogieran, malherida e inconsciente, su sueño, su obsesión es matarle. Y lo
planifica en la novela, y me lo enseña.
Yo no puedo ayudarla porque me convertiría en
cómplice y tampoco delatarla, sería su próxima víctima. Es ficción. Pero sudo
solo con recordarla. Sudo con mirar el sobre, porque ella ya esta en la cárcel
y eso no es ficción.
Pese a mi posición de poder, con su relato me
provocaba, me acorralaba. Ahora al recordarlo, se han vuelto a parar los
relojes.
Le gustaban los caballos, los domaba, como a los
hombres. Recuerdo aquel capítulo de la novela, en el que narraba una excursión
a una finca en la que había caballos y ella le ofrecía a uno una manzana. Yo no
sabía si se la estaba ofreciendo al caballo o a mí.
Llevaba un vestido blanco que volaba a mi alrededor, como su pelo.
Escribía muy bien.
Los estantes poco a poco van quedando deshabitados.
Las letras se van cayendo. La tinta
palidece, los libros van a las cajas. Los
recuerdos resisten pegajosos en la memoria.
He
puesto el anuncio del alquiler.
¿Le
gustará la lectura? Se me cae de las
manos el dolor de Dostoievski, “Crimen y castigo”
Acaba
de llegar la primera interesada.
Abro
la puerta. Es rubia, lleva un vestido blanco,
que revolotea a mi alrededor. Me mira. Cierro la puerta de golpe.
No
puedo volver al pasado.
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