sábado, 20 de marzo de 2021

 

 

1.   



  LOS ÍBEROS: [1]

LA CUEVA DE TUBÁL

 

Nunca se le hubiera ocurrido a nadie pensar que aquel hombrecillo, jorobado, desarrapado y alcohólico, supiera tanta historia, sí, eran historias que le había contado su abuela, pero eran historias ¿o eran leyendas? Eran relatos que nadie había creado nunca. Dicen que después de que le encerrasen en aquel hospital para descabezados se dedicó a escribirlas en una serie de cuadernos que luego escondió celosamente.

Pero de eso había pasado ya mucho tiempo. De ellos se encontraron algunos que ahora son considerados un tesoro y están guardados en el museo antropológico de la ciudad.

Dicen que cuando el antropólogo Diego de Sandoval entró por primera vez en aquella nave, dispuesto a descubrir la verdad  sobre la leyenda de Tubál, aquél personaje fantástico héroe de los Íberos, del que decían que era nieto del mismísimo Noe y que narraba el jorobado en uno de sus cuadernos, lo primero que le llamaron la atención los restos de un viejo confesionario adosado a aquella pared encalada, que ahora estaba medio derruida, pero que sin duda perteneció alguna vez  a uno de los muros de carga de la vieja iglesia románica del lugar. Cuentan también, que Diego de Sandoval era un hombre extraño, solitario y que se guardaba sus descubrimientos, tan celosamente como aquel jorobado de antaño. 

Dicen que la luz del foco adosado a su casco iba iluminando la estancia, dejando ver en la pared una diferencia de color entre los distintos blancos del enyesado que señalaban la separación, y fue allí donde el pico del investigador empezó a clavarse para descubrir aquel misterio.

Y en el hueco, que se abría, cada vez mayor, surgían en su mente preguntas, una por golpe de piqueta; pero las respuestas permanecían ocultas en lo más recóndito de aquel pasadizo, que se abría poco a poco sin que se pudiera descubrir su última abertura. A base de escalones cortados en la roca, descendía tal vez, por la orilla de un rio subterráneo, hasta la morada de Tubál, el rey.

En las paredes entre las estalactitas, las sombras de unos esclavos llevaban en sus manos una especie de joyas para cambiarlas por espadas de piedra y, otros aferrados a los árboles buscaban alimento.También se cuenta que Diego de Sandoval, sujeto a una cuerda de orientación, dicen que iba fotografiando en su libreta, a golpe trazo de lápiz, cuanto se le aparecía en la pared, que era, la más fiel de las historias de Hespérida jamás contada.



[1] La figura no es un cuadro, sino que responde al nombre de “ Balaar”, un dios celta cuya representación simbólica forma parte de mi colección de esculturas realizadas con materiales reciclados,  “EMPAPELARTE”, que durante los meses de febrero y marzo de 2021 está expuesta en el centro comercial Isla Azul   de Madrid.

No hay comentarios:

Publicar un comentario