Hoy tengo la necesidad
violenta si se quiere de escribir sobre el pasado con letras de nostalgia, tinta
de cariño y sol; ese sol frio que refresca las tardes oscenses en el verano a
la sombra de un edificio, en la avenida de Ramon y Cajal, tras el puente del Rio
Isuela, al que nadie quería ir, la Cárcel de Huesca. Allí sobre aquel granito
histórico se sienten aun los pasos del maestro, ese hombre vestido de sonrisa
que acude a diario a la escuela, a aprender de sus alumnos, o al menos eso decía
él.
Cuando se habla de
maestro hay que hablar de etimología y hay que decir que la palabra viene de
magister, el que ejerce su vocación su magisterio con “autóritas”, y no con “vánitas”.
Él, Paco llevaba la “autoridad” en la mirada y la esparcía con la palabra.
Coincidí con él entre
aquellas rejas mías, en aquellos años de recién estrenada democracia en la que los
derechos estaban a la par que los deberes, y en la que dentro de la cárcel nadie
conocía. Éramos un equipo Dos maestros dos educadores, mis tres amigos tenían
ganado el derecho a poner ante el nombre, el calificativo Don. Él, D. Francisco,
a su lado siempre Don José Ignacio, Don Jesús, ese eterno deportista y yo que
empezaba a aficionarme a las letras, aunque todas se me rebelaban.
Eran tiempos oscuros
ahora vestidos de luz, tal vez porque me esté haciendo viejo, pero me gusta
recordar la historia y rendir homenaje a aquellos que hicieron posible que
personas desfavorecidas pudieran salir adelante y disfrutar de una vida feliz. Y
en este proyecto Don Francisco Aguado casas era pionero y emprendedor.
Desgraciadamente no
dispongo de ninguna foto suya para incluirla en este artículo, de todas formas,
aún sin foto, espero que le llegue el aliento de mi gratitud.
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