Jorge Díaz Leza, poeta, novelista, relatista, presentador de radio joven emprendedor que juega con las letras para encontrar unmundo mejor, nos ofrece en esta ocasión eeste relato.
LAS GAFAS MÁGICAS
Jorge Díaz Leza
Jorge Díaz Leza
Poco antes de su suicidio, el alemán me pidió que le guardase aquellas
en herencia. “Con ellas puedes ver el esplendor del pasado y, a veces,
el
futuro, pero eso sólo si eres muy bueno utilizándolas”. No le hice
mucho caso
casualmente y decidí probar. Después de todo, tampoco tenía otra cosa
que
hacer.
De este modo, como me había dicho, al atardecer, bajé al barrio de
Placa, a la terraza de ese café desde donde se contempla La Acrópolis:
un sitio
donde, según el alemán, aquello funcionaba a la perfección. Pedí una
cerveza,
me puse las gafas, me senté y esperé.
Un rato después, cuando me había adormilado un poco, comencé a ver
esas desdibujadas figuras que, como fotogramas pálidos de una antigua
película, se imponían al paisaje del presente. Eran como imágenes
voluminosas proyectadas en el aire, como haces de luz corpóreos que,
continuamente, atravesaban caminando transeúntes y turistas, igual que
dos
mundos ajenos entre sí compartiendo el mismo espacio.
Esa tarde, vi a los antiguos
ciudadanos atenienses pasearse con sus
espléndidas túnicas y conversar entre ellos en aquel idioma antiguo.
Otra, a las
legiones romanas que entraban triunfantes en la ciudad. Otra, la calle
se
convertía en un bazar turco.
Al mismo tiempo, desde la televisión del café, me llegaban las noticias
del telediario: la crisis económica iba a peor, los mercados
especulaban contra
nuestra deuda, el paro aumentaba día a día así como los intereses que
tendríamos que pagar. La quiebra del estado parecía inminente, cuando,
a mi
lado, vi desfilar marciales a las tropas del III Reich.
Días después, en medio de la lentitud pesada de los tanques, les vi
iniciar la retirada, derrotados y cabizbajos, ante el avance de las
tropas aliadas
y los partisanos griegos. Entonces, uno de sus oficiales, que conducía
un
vehículo, frenó bruscamente frente a mí y, tras la montura de unas
gafas
idénticas a las mías, me miró: sentí un escalofrío.
En el telediario, el primer ministro solicitaba oficialmente el rescate
de
Grecia. Después, la canciller Ángela Merkel anunciaba las duras
condiciones
que teníamos que cumplir, a cambio de la ayuda financiera. El oficial,
sin dejar
de mirarme, exhibió una altiva sonrisa de desprecio y triunfo.
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