Son mis últimas horas. Las últimas horas de
Marta.
La cabeza me da vueltas. Pero mi imaginación
va siempre por delante.
Se me acerca el espejo, como si yo ya no
fuese capaz de caminar, y contemplo mi rostro, el de una mujer agotada, a la
que no reconozco.
He de morir para poder ser ella.
El escaso equipaje ya está en el pasillo.
No puedo más. Dejo hecho añicos sobre la mesa
la última carta que mi marido le escribió a Noelia.
Sólo el recuerdo de su nombre me corroe por
dentro.
Guardo con cuidado su foto.
Y son el tren y las hojas del calendario los
que me van llevando a la otra realidad.
-
Doctor Durán, soy Marta Torrens, pero quiero ser ella,
- le digo al cirujano plástico mostrándole la foto de Noelia -, que la gente
nos confunda.
-
¿Por qué?
-
Es una cuestión personal.
-
Señora, yo para hacer mi trabajo necesito un motivo.
-
Si es económico no debe preocuparse.
-
Necesito saber
por qué quiere cambiar de imagen.
-
Es muy complicado.
-
Cuéntemelo.
-
Mi marido me engaña con ella -, le suelto a
bocajarro, y le explico mi angustiosa situación; los minutos se dilatan en la
consulta.
Durante los días siguientes, el cirujano trabaja
incansablemente sobre mí, hasta transformarme en la otra, en Noelia.
Después, reposo absoluto.
-
Ahora, ya despojada de las vendas, dígame, ¿qué
opina?
Las señales son tan finas que tardarán muy pocos días en
desaparecer. --- Gracias, doctor, el
parecido es asombroso. Es lo que necesito.
-
Necesitará también una semana más de reposo.
Noelia, la maldita amante de mi marido, debe
desaparecer; y desaparecerá como las protagonistas de mís novelas negras.
Largas horas de viaje me
acercan poco a poco a mi rival.
Saciado ya mi odio, el mejor
de los detectives tardará años en descubrir la pista que le lleve al culpable,
pero nunca será una mujer.
Es mi venganza.
Desde ahora me esforzaré por
seguir siendo la misma de siempre.
Y me olvido de los días como
de las cicatrices
-
Buenas tardes Noelia, ¿cómo le va? ¿o debo llamarla Marta?
Su saludo es cálido.
-
Muy bien, doctor Durán. Hizo usted un trabajo
perfecto. Mi marido llegó a confundirnos, pero ahora pasados unos meses creo
que vuelve…
-
¿Qué ocurre?
-
Pues vera doctor.
-
¿Tiene usted tiempo para tomarnos un café?
-
Si.
-
Mi marido ha vuelto a engañarme. La última se llamaba Lucía. Pero no habrá
más.
La terraza es
apacible, la tarde cálida, el café en su punto, la charla amena, las miradas seductoras,
las horas cortas.
-
¿No traerá usted otra foto?
-
Ya no es necesario.
-
No la entiendo, pero le advierto que sería difícil
una nueva intervención en tan corto espacio de tiempo. ¿Le apetece otro café? Ahora
si puede sincerarse conmigo.
-
¿Para qué doctor?
-
Para no tener que someterse a más operaciones.
Cae la tarde y tras el café,
caminamos muy juntos, por una senda estrecha, entre castaños.
En un claro se para y me dice:
-
¿Y su marido, Marta?, ¿puedo tutearla?
-
Por supuesto Alejandro.
-
No te preocupes, ya está descansando con sus dos amantes.
Por la mañana, llamo al doctor Alejandro Durán en varias ocasiones y
siempre la misma respuesta.
-
Lo sentimos, el cliente ha cambiado de número.
Insisto varias veces.
Siempre la misma respuesta.
Vuelvo a escribir y sueño,
sin saber quién soy.
No me importa, al menos de momento. Pero, ¿Cuál será mi próximo
objetivo?
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