Maria Jesús Lea, novelista, regatista, pintora, escenógrafa grabadora, Literario “Ciudad de Getafe 2000”, y por dos años consecutivos el de la “Semana Ibérica de Comunicaciones”; y ha sido finalista en certámenes como los de ”Relatos de mujer” del Ayuntamiento de Bilbao y el del “Ateneo Cultural 1º de Mayo de Madrid”. Tiene publicado un libro juvenil en la editorial ELKAR de San Sebastián titulado “Estrella de mar” y los libros de relatos “Verdi o la fuerza del sino y otros relatos sobre músicos” y “Suite Oriental” en la editorial Alpuerto.
Artista integral, pinta aquí con letras y corcheas un relato emocionante.
CONCIERTO Nº 2 PARA PIANO
En la sala de conciertos se ha hecho el
silencio. Salgo entre cajas y avanzo hacía el centro del escenario con paso
firme y seguro. Se oye una fuerte ovación y saludo con una leve inclinación de
cabeza con la mano apoyada en el soberbio piano de cola, luego me siento en la
banqueta a la vez que echo a un lado la falda de seda roja a juego con mis
cabellos y que me sienta tan bien. Miro al director. Éste me regala una sonrisa
de aliento mientras alza la batuta. Entonces mis dedos comienzan a deslizarse
por el teclado dispuesta a convertirme en el mismísimo Brahms interpretando su
“pequeño gran concierto”, como él mismo solía llamarlo.
ALLEGRO NON TROPPO.
Recuerdo aquella luminosa mañana
de abril en que acudí a la Delegación del Ministerio de Cultura. Se me había
notificado por carta el resultado de las oposiciones y yo había conseguido
sacar el número uno. Estaba loca de alegría. Me sentía pletórica, exultante, la
reina del universo. El número uno significaba una segura plaza como pianista en
la Orquesta Nacional. Mientras caminaba por la calle, mi imaginación volaba. Me
veía rodeaba de artistas e intelectuales codeándome con los más importantes
solistas y directores del momento, dando
conciertos y viajando por todo el mundo.
Pero ya en la
Delegación y frente al tablón de anuncios, sentí que ese universo repleto de
éxitos se venía abajo. Junto a mi nombre se podía leer claramente el número
cinco. Me quité las gafas y el edificio comenzó a dar vueltas. Algo se rompió
en mi interior como a la lechera se le rompió el cántaro. Más tarde intenté
razonar con tranquilidad; no había duda de que había habido un error y los
errores obviamente podían solucionarse.
Comenzó
entonces el frenético peregrinaje por los distintos despachos del Ministerio.
Nadie sabía nada. De un sitio me
mandaban a otro y mis numerosas cartas de protesta eran devueltas al remitente.
Hasta que un día recibí una en la cual se me notificaba que el error lo había
cometido el funcionario que escribió las listas. Una disculpa pueril y absurda,
una burda ofensa a la inteligencia.
ALLEGRO
APPASIONATO
Estaba indignada,
furiosa. Aquello no podía quedar así. Decidí acudir a un buen abogado, el mejor
de la ciudad, el mas caro. Recurriría a un préstamo bancario si era necesario.
Una amiga me lo presentó; se llamaba Juan Luis Larrañeta y aceptó llevar mi
caso con interés pero también con cierto
escepticismo.
“Veo este
asunto un poco difícil y complicado pero veremos que podemos hacer, me dijo”
A las dos
semanas volvió a citarme en su despacho. Una vez allí me notificó que el caso
no tenía solución y que me olvidase del incidente, ya que él había contratado
un detective y éste había averiguado que
el número uno se lo habían dado a un sobrino del ministro de Cultura.
“¡Vaya escándalo que voy a armar!”, Salté yo temblando de indignación. Voy a
escribir a todos los periódicos y acudir a los medios de comunicación.
“No lo hagas,
Silvia. No tienes pruebas. La única que teníamos, la carta del Ministerio, ya
no nos sirve. El funcionario no era tal, sino un empleado proveniente de una
empresa de empleo con contrato temporal. Ya no trabaja en el ministerio y está
ilocalizable. El único testigo que podía testificar a tu favor. Todo lo que
intentes hacer puede volverse en tu contra”, me advirtió.
“¡Entonces
dime el nombre de ese hijo de puta. Quiero decirle a la cara todo lo que
pienso! “Ni lo sueñes”, me contestó, “Por lo poco que te conozco y tratado,
intuyo que eres una mujer apasionada e impulsiva, temo que cometas alguna
tontería”
Ofuscada y
llena de indignación le lance una serie de amenazas e insultos.
“Además de
impulsiva eres vanidosa y estás llena de soberbia, me dijo sin inmutarse con su
frialdad habitual.”
Entonces
recurrí al arma que me quedaba, rompí a llorar recurriendo a las lágrimas de cocodrilo.
No sé si mi
fingido llanto le conmovió o influyó que aquella mañana me había puesto mi
mejor vestido y me había maquillado con esmero, el caso es que finalmente me
reveló el nombre del miserable.
Se llamaba
Sebastián Andrade y en realidad era sobrino de la mujer del ministro, por eso
no llevaba su apellido, trabajaba como profesor en una academia particular de
música bastante conocida, la Academia
Santa Cecilia.
Al despedirme de Juan Luis Larrañeta y antes de
salir del despacho, le planté un beso en la mejilla, él sacó un pañuelo del
bolsillo y se limpió el carmín con una sonrisa un tanto cínica. “Espero que no
cometas ninguna locura, Silvia”.
ANDANTE
Medio
escondida detrás de un árbol observé que los profesores eran los últimos en
salir de la Academia Santa Cecilia e que invariablemente acudían a un café muy cerca de allí.
Los
profesores eran cuatro, dos hombres y dos mujeres. Uno de ellos estaba
descartado pues me pareció bastante maduro, el otro de unos treinta y muchos o
cuarenta y pocos debía de ser sin duda Sebastián Andrade. Era bajito, moreno,
me recordaba vagamente al actor Jorge Sanz.
Al día
siguiente entré en el café muy arreglada, con una carpeta llena de partituras.
Al pasar junto a la mesa donde estaban
sentados dejé caer la carpeta y las
partituras se esparcieron por el suelo.
Sucedió lo
que yo esperaba, él se levanto y me ayudó a recogerlas. “Por lo que veo,
tú también te dedicas a la música”,
comentó con una amplia sonrisa. Luego me invitó a sentarme con ellos y me
presentó a sus compañeros. Era simpático, amable y en cierto modo bastante
atractivo, además sabía mucho de música, su gran mito era Debussy, soñaba con ser un gran intérprete de
ese compositor. “A mi también me apasiona Debussy”, le dije.
Desde aquel
día iba a buscarle todas las tardes a la academia. Invariablemente dábamos un
paseo por la ciudad y acudíamos algún que otro concierto del teatro Municipal.
“Pronto dejarás de venir a buscarme, Silvia,” me rebeló un día, El mes que
viene me traslado a Madrid. Voy a incorporarme a la Orquesta Nacional. He
ganado la plaza por oposición”
“¡Oh! ¡Que
suerteeeee!” Exclamé, abriendo mucho la boca
fingiendo sorpresa.
“Pero no
estoy dispuesto a renunciar a ti, Silvia, no quiero perderte. Tenemos que
continuar esta relación. Quiero presentarte a mis padres”, me confesó tomando
mi mano entre las suyas.
ALLEGRETTO
GRAZIOSO
La casa de
los padres de Sebastián se hallaba en el mejor barrio de la ciudad. Decorada
con exquisito gusto, el almuerzo era servido por doncellas con cofia y guante
blanco. Los padres eran discretos y amables yo me había vestido con sobria
elegancia para ocasión, sin abusar del maquillaje. Frente a mí estaba sentado
Adrián, el hermano mayor de Sebastián. Me llamó la atención desde el principio.
Quizás no era tan guapo como su hermano pero si mucho mas interesante. Era
economista, adjunto al director de una importante empresa. Apenas hablaba, de
vez en cuando me lanzaba una mirada escrutadora, como examinándome. Yo, a mi
vez, le respondía con miradas incendiarias como mis cabellos. Después de la
cena y cuando Sebastián me acompañó a casa, sentí que algo nuevo había sucedido
en mi interior.
Al día
siguiente sonó el teléfono. Era Adrián. Quería verme, hablar conmigo. Nos
citamos en un café de las afueras cerca del río. Acudí a la cita nerviosa y a
la vez ilusionada. En cuanto nos saludamos con un frío beso en la mejilla y me
senté junto a él, fue directamente al grano. “Ayer, durante la cena, ¿por qué
me mirabas de ese modo? me gustaría saberlo, Silvia”, me espetó, “Tú también lo
hacías”, le respondí, “más bien me desnudabas con la mirada, diría yo”.
“No has contestado
a mi pregunta, pero has de saber que quiero mucho a mi hermano, tú eres su
novia y no voy a consentir que le perjudiques. En realidad sabemos muy poco de
ti, y opino que un mes de relación no es suficiente para comprometerse con
nadie, dime la verdad, Silvia, ¿Estás enamorada de Sebastián?”
“¿A qué viene
este interrogatorio, quién te crees que eres?- le respondí con el corazón en un
puño y sintiéndome tambalear- Te miraba en la cena por que me sentía atraída
por ti, eso es todo”.
“Mira,
Silvia, en mi relación con las mujeres prefiero ser yo quien tome la
iniciativa. Pero sigues sin contestar a mi pregunta, ¿estás enamorada de
Sebastián?”
“No, no estoy
enamorada de él”-me salió seca y rotundamente.
“Entonces,
¿qué es lo que pretendes, en realidad?”
“No lo sé”-
Le confesé, sintiendo su intensa mirada sobre mí y dando la batalla por
perdida.
Comencé a
llorar y esta vez las lágrimas eran de verdad. Con voz entrecortada le conté
todo, desde el día en que acudí a la Delegación del Ministerio hasta ese mismo
momento.
Entonces
ocurrió una especie de milagro. Adrián me abrazo tiernamente mientras decía con
una voz muy dulce. “No te preocupes, Silvia, todo va a arreglarse, yo me ocupo”
Y
efectivamente así fue. Viajamos juntos a Madrid y allí me presentó a su amigo
Yuri Stefanovik director de la Joven Orquesta de la Comunidad Europea, que me
citó para una audición en el Auditorio Nacional del que salí satisfecha y con grandes esperanzas.
A los diez
días llamó para notificarme que me había elegido como solista para debutar en
el Concierto para piano nº 2 de Brahms.
FINALE.-
Hemos llegado
al Finale, un movimiento luminoso y relajado, donde todo es aire y ligereza. He
superado la prueba con creces y he dado todo lo que había en mí Con un vigoroso
movimiento de brazos el director marca el acorde final donde entran el
pianoforte y toda la orquesta. Se han encendido las luces en la sala, Yuri
Stefhanovic se vuelve hacía el público con una leve inclinación de cabeza,
después me premia con una sonrisa y con un gesto ordena que me levante mientras
se oyen aplausos enfebrecidos mezclados con bravos. Doy un paso al frente y
saludo con una elegante y estudiada reverencia. Los aplausos y bravos parecen
no tener fin. En la tercera fila veo a Adrián que aplaude y sonríe arrobado.
Siento que el corazón se me va a salir del pecho, le miro y pienso si no será
amor o más bien agradecimiento lo que siento. Pero pase lo que pase siempre
tendré la música, ese arte insuperable y sublime que nos ayuda a salvar todos
los obstáculos y todas las desgracias que nos pueden ocurrir en la vida.
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