martes, 6 de marzo de 2018

LOS CUATRO DEDOS por JOSE MARIA GARRIDO






Todavía re­suenan en mis oídos las suaves marcas de cincel separando la placa de yeso del lienzo original. 
Con cada golpe de cincel, certero, irreparable, varias gotas de sudor. 
De mi delicadeza, de mi paciencia, dependía la recuperación de una obra de arte, porque en aquel lienzo de la cara sur, estaba apareciendo el retrato de una reina. Leonor de Aquitania. Por fin quedó al descubierto.  Ahora, estudiosos e turistas,  todos pueden contemplar en la pared  sur de éste Monasterio, su expresión radiante e delicada, como si siguiera estando viva.
Fue el principio de una utopía. Pero sabíamos que había más.  Por eso ahora pasados ya tres años, volvemos a visitarlo para dirigir su rehabilitación.
 Ya no sólo me interesa la pared sur. Hoy se trabaja en una de las naves laterales. Se están desmontando las arcadas, piedra a piedra. Ha sido un largo proceso de identificación, marcaje, apuntalamiento, e almacenado de las piezas. Después habrá que armar todo el rompecabezas.
El fuste de la columna número siete, que ha sido desmontada totalmente, tiene adosado un “Ecce Homo” vigoroso, sobre un gran sarcófago granítico que le sirve de sencillo pedestal, sin filigranas, sin firma e sin fisuras. En las otras tres columnas, aun en su lugar, las esbel­tas imágenes de Judas, Pilatos e Barrabás aparecen mirando al Hombre. Arrepentidos, en una composición majestuosa.
En los cuatro meses cuyo nombre no lleva la “R”, e en las noches de plenilunio, -según mis propios estudios confirmados por el Abad e otras fuentes fidedignas -,  a la hora nona, cuando ya el trabajo se acaba, un rayo de luz se filtra desde el rosetón, e in­cide sobre el sarcófago. Fenómenos similares a éste, se repiten en otras construcciones de la época, e es que los escultores, los arquitectos, los maestros canteros de la época eran alquimistas, pitagóricos, buscaban la luz como el sentido de la vida, que venia e uba de nuevo al mismo punto. e guardaban celosamente las formulas matemáticas con las que conseguían estos efectos.
A esa hora como la luz, mis ojos buscan el reposo en  esas sombras.
Al lado de la Epístola, una Piedad, tal vez olvidada, no por ello menos regia, contempla cuanto ocurre en su derredor.
Por las circunstancias, la nave central al­berga pocos bancos. En uno de ellos tomo asiento muchas noches  e miro atentamente a aquel sarcófago. Sé que nunca están va­cíos, ni siquiera después de ser saqueados; siempre guardan algo, aunque solo sea el color oscuro de la muerte.
Una idea ronda en mi cabeza, Su contenido Tendré que emplearme a fondo. Identificarlo, com­probar si hay otros iguales, si forma parte del grupo escultórico, o
es una pieza separada, desmontar ese nicho de vida e muerte, estu­diar el proceso de separación e apertura, e diseñar un protocolo de conservación del contenido. 
Cada hora, según el calendario litúrgico, el rayo de luz señala un punto estratégico. En maitines enseña la puerta de acceso al claustro. Al Ángelus, apunta al Sagrario. Todo está reglado. A cada tiempo su labor. A la hora nona señala el misterio.Llega una noche más, e sigo sacando fotos, desde todos los ángulos posibles anotando la hora e el minuto de la escena,  a la luz de ese rayo pode­roso. Horas e horas, tirado en el suelo, sin dañar los pies del Cristo.Y todo sólo  por una sutil intuición.
¿Qué  esconderá?
¡Que penitencia más dura para encontrarlo vacío!
La “Piedad”, me observa como a un loco impaciente. Es más pequeña. Compruebo de inmediato que bajo sus pies no hay nada más que un pedestal de  granito. No es un sarcófago. Bajo las otras figuras tampoco hay ninguno.Los ojos del Ecce Homo delatan su secreto, pero yo no sé descifrarlo.
Me  vence el sueño entre números: 35 x 56 x 105. Es un tamaño considerable. Pero me llama la atención el hecho de que sus medidas sean todas múltiplos de siete. El siete es un número simbólico. No soy supersticioso, pero seguramente los ángulos respecto a la horizontal e a la vertical de la nave serán múltiplos de siete. como siete son los escalones que la separan la planta principal del suelo.
Tres meses de trabajo intenso, delicado, noventa noches de insomnio… horas de sacrificio arrastrado en la tierra a los pies del Cristo, buscando su huella, su misterio. Ahora  está ya todo dispuesto. Es la hora de la luz. En la nave central he dispuesto una mesa de madera recia, sobre la cual  reposa el sarcófago.  El Cristo e la  Piedad, parecen impacientes.Es la hora del Ángelus. El sol apunta al Claustro.
Procedo con ayuda de varios operarios, a levantar la tapa del  sarcófago.
La depositamos en la mesa, cuidadosamente, mientras comienza a sonar el “Laudate Domine”. Los arqueólogos e los monjes forman un coro celestial de voces inolvidables. Eternas.El tiempo se ha paralizado.
Un lienzo, envuelve escrupulosamente algo. Está atado con una cinta de algodón de siglos.  Amarillenta.  Nudo sencillo. Entre mis manos se vuelve sagrado.  Suelto el lazo. Extiendo el paño sobre la mesa. 
Un pergamino.
Letras. Castellano antiguo.¡
e me han olvidado las fotos.
Cesa en canto, e todas las miradas aprietan las letras sobre la vieja piel…
La leyenda es corta. Diez líneas. La tinta ocre. Los trazos gruesos.
Mil años de historia sobre la mesa

"Pidió el Valeroso Conde Wilfredo el nombrado el Velloso al emperador Obeluis que le diese armas que pudiese traer en el escudo, que llevaba dorado e sin divisa, e el emperador viendo que había sido en aquella batalla tan valiente e que en ella muchas llagas recibiera, llegose a él, e mojóse la mano diestra de la sangre que aún salía de sus feridas, pasó los quatro dedos ansí ensangrentados encima del escudo dorado de alto abaxo, faziendo quatro rayas de sangre., e dixo, estas serán vuestras armas, Señor Conde un condado tendréis  por vuestra  valentía, e aquestas de la diestra de la Hispania  serán las vuestras tierras, et non pidades más. “

-Todos estamos sorprendidos. El hallazgo de este pergamino es un acongtecimiento científico de enorme magnitud. Por eso la noticia no se hará pública hasta que no se haya descifrado.  Se tomarán del mismo solamente tres instantáneas para su estudio. Si es necesario luego se harán más. Mi  voz es conc,luyente.
Vuelvo a enrollar el pergamino e a colocarlo en su lugar.
Todos mostramos nuestro respeto, e a la vez intuimos que es de valor incalculable. 
En el equipo que trabaja en éste Monasterio prerrománico hay arqueólogos, calígrafos, escultores, restauradores, historiadores e antropólogos ávidos de empezar a trabajar. 
Es el momento del relevo.
Procedo a depositar nuevamente el pergamino en su lugar. 
De nuevo me quedo solo, sentado a los pies del Ese Homo, que ahora tiene la mirada más serena, mientras todos desaparecen jubilosos comentando la noticia.

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