ANUDADA
A LA VIDA
Es la hora del
almuerzo. Apenas tiene fuerza para llegar al dormitorio, donde él le reclamará
su refrigerio: Tierna carne enrollada en salsa agridulce sobre una ensalada de
moratones.
Recoge los cubiertos
en el cajón, aún húmedos tras su lavado, los vasos en la alacena, con ese último
vapor dibujado en el cristal, los platos en el armario, ordenados por tamaño y
las copas, sedientas de Bourbon, en el mueble bar.
Se sienta, cansada, en
la esquina del sofá, con el delantal anudado a su espalda y suspira mirando la
puerta. El reloj que marca las once en punto.
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