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--- Sí, Begoña, déjame que
termine este capítulo. Sabes que estoy enganchado desde los once años… y ésta
es una enfermedad maravillosa e incurable.
--- Pero llevas tres horas
leyendo.
--- Es que es muy interesante. Se
trata de la historia de …
Ella no me entiende. Si se marchara
podría terminarlo.
El claustro es el único que en su
día estuvo cerrado para proteger los frescos originales. Sus cuatro calles se
distinguen por el artesonado de su bóveda y por las columnas que lo aprisionan.
Marcan los tiempos de la historia. Del gótico al barroco. En el patio central,
la torre siempre quieta, los relojes de sol y el cementerio de los monjes.
Silencios, oraciones y pisadas sordas.
“Ora et labora”. Reza y trabaja.
Entre sus trabajos está guiar al
visitante. El hermano Eulogio motiva al neófito a sumergirse en los misterios
de la historia. La convierte en algo apasionante.
El monasterio está cargado de luces
y de sombras, y la vida en él, aunque simple, despierta mucha ¿curiosidad?
Caí en la tentación nada más traspasar
el arco de la entrada. El túnel, que da al claustro principal, deja atrás otro
pequeño rechazado por Isabel de Castilla. ¿Por qué lo rechazó? El hermano
Eulogio se reserva la respuesta. Para gustos y silencios hay colores, pero
además debe haber otras razones
Están en continua reforma. Ahora
toca el coro de la capilla central. Seis años... Pero el sonido de la campana
no se confunde con el ruido de los martillos… Las horas vuelan. Las nubes en el
cielo dibujan un futuro de eternidad rojizo y vivo.
No sé por qué recordé a Umberto
Eco y los alquimistas… Claro, la biblioteca. No se puede preguntar allí por una
cuestión tan banal, pero el hermano Eulogio conoce perfectamente las
curiosidades de los necios.
--- Aquí también tenemos una biblioteca.
Sin duda ustedes habrán leído El nombre de la rosa. ¿Les duele la curiosidad?
Mis ojos se dilataron como
platos... Ha leído mis pensamientos.
--- Aquellos libros son de
película, como algunas vidas... En los conventos normales, sólo se enseña la biblioteca
cuando está muerta. La nuestra no se enseña, además este convento no es normal,
tal vez por esta razón permanezca viva.
Me deja con tres palmos de
narices y bastante más curiosidad. El grupo avanza unos metros. Yo me quedo
pensando en su palabra... Él me alcanza en un instante, y continúa:
--- Pero usted tampoco es un
visitante normal. ¿Es periodista?
--- No. Soy escritor... Además, me gustaría quedarme un par de días y
conocer la vida en el monasterio.
--- Bien. En ese caso hablaremos
mañana. Busque al hermano Martín. Es el hospedero. Le conocerá por su
barba. Es de película. --- El hermano
Eulogio muestra cierta complicidad.
Martín aparece al instante tras
la estatua de un ángel. Es bajito y tiene una barba blanca y luenga. El trámite
para pernoctar es rápido. Hay celdas libres. No todos los días ocurre así. Es
un hotel de cuatro estrellas, pero no tan caro-
--- De los ocho locos que formamos
la comunidad ---me dice el hermano Eulogio, dos están en el hospital y uno de
ellos ha ido a visitarles.
En un principio me resulta
extraño comprender cómo son sólo ocho los hermanos que forman aquel cenobio.
Luego advierto que tampoco hay demasiados valientes como para soportar esa
vida, llevar ese hábito y ser felices al mismo tiempo.
¿Qué tiene ese hábito que me
atrae tanto?
La noche larga, fría e intensa se
me escapa. Espero con ansiedad el toque de la campana, Maitines. Tras el rezo,
un suculento desayuno. Luego comienza la esperada visita. El comedor oculta tras
un armario una puerta estrecha y baja que da acceso a un oscuro corredor… Para
acercarse a Dios y a la cultura, ha de hacerse con humildad, agachando la cabeza…
--- ¡Ya sé por qué las puertas
eran tan bajas!
La escasa luz natural de unas
diminutas y alejadas ventanas, va señalando un tortuoso camino. Como en el
libro de Eco.
Otra puerta de roble se abre…
Ante mí se extiende toda la sabiduría de más de cinco siglos ordenada en
anaqueles de la misma madera
---Es lo que buscaba, ¿no?
Es una biblioteca como cualquier
otra, llena de luz, pero con una singular diferencia. Su contenido es único.
Un monje lee ajeno a los
visitantes. Es de mi estatura. Parece joven. Mantiene una postura fervorosa. No
ha estado en el rezo ni en el desayuno. Allí había cinco, más dos enfermos y
uno de visita, suman los ocho miembros de la Comunidad … Las cuentas
no me salen y la cabeza me da vueltas…
--- No se preocupe --- Eulogio
---, tiene vida eterna. Lleva mucho tiempo dándonos ejemplo. Es un antiguo
cartujo. No hablará. Jamás terminará de leer esa obra.
Acto seguido me ofrece una silla
y un libro, “San Bruno, Fundador de los Cartujos. Seis de octubre del año 1.101” . Anónimo. Lo cojo con
delicadeza, lo abro por cualquier página y leo con dificultad:
“Por aquel tiempo había sido
nombrado Papa Urbano II, discípulo de Bruno…”
Me está robando el sitio. He de
preparar mi plan. Tengo veinticuatro horas. La decisión está tomada. Queda
ejecutarla.
Pasada la hora nona, regreso
descalzo, descuartizo al monje, meto su cuerpo de cera en una bolsa de basura,
me enfundo su hábito, y arrastro su cuerpo hacia la capilla. Allí otros sacos
iguales guardan mi secreto.
Luego regreso a la Biblioteca y leo. Hasta
quedarme dormido. Está claro que yo no tengo vida ni paciencia eterna.
--- No es una buena forma de
llegar a la Comunidad ,
hermano Juan ---, el hermano Eulogio me sorprende --- Como penitencia deberá
reconstruir la estatua y reponerla en su lugar… Tardará mucho tiempo.
María cierra con alivio el
libro…se ha quedado en la página veintitrés.
Ahora ya puedo permanecer en el
convento el tiempo que estime conveniente. Me quedo tranquilo. Ha descubierto
una vocación más. Ya somos nueve a pesar de mi mujer.
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