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Tiene un valor más íntimo.
Está
encuadernada en folios escritos a máquina.
En
las películas de espías he aprendido que los grandes documentos de valor, se
escriben a máquina, para evitar la posibilidad de ser copiados.
Y
yo lo he hecho así.
Compro
una máquina de escribir, “Torpedo, modelo 16 de
teclado amarillo de 1.934” ,
y también
las cintas necesarias, y escribo mi teoría en folios resistentes a la grasa y a
la humedad, que me regala el anticuario por la compra.
Me
dice, que tenga cuidado porque lo que aquí escriba se quedará para siempre, o
por lo menos tardará dos o tres generaciones en deteriorarse.
Con
mi legajo me voy a una papelería, en la
que trabajan a la vieja usanza y les
pido que me encuadernen aquella obra de arte.
Así
lo hacen y nace aquel libro que yo escondo en su doble fondo.
En
las noches siguientes lo saco con cuidado y releo con el fin de buscar
controversia, anotando cuanto al respecto se me ocurre. Y lo voy resolviendo en
la medida en que mi inteligencia me lo permite.
Siento
una verdadera obsesión por la teoría de la memoria, por el libro, por la máquina y por la maleta.
Tanta
que vuelvo a reescribirla.
Yo
sé que estoy considerado en el entorno como un loco solitario y algo
excéntrico.
Cuando
vuelvo a ver al anticuario para comprar más papel y seguir escribiendo sobre mi
teoría me recibe amablemente y hablamos largo rato.
Le
pregunto por qué se dedica a las antigüedades, al coleccionismo y el me
responde que para no olvidar.
Tiene
todos los objetos cuidadosamente etiquetados con un número que corresponde a
una ficha.
Luego
me muestra un antiguo bargueño de marfil
y carey del siglo XVII, donde guarda las fichas manuscritas, numeradas y
alfabetizadas.
Arriba
las de los objetos expuestos, con su fecha de compra, el propietario anterior y
el precio, abajo los vendidos, con su fecha de venta y el precio.
Esa,
dice, es su memoria.
Junto
al bargueño, una mesa de trabajo, sobre la que luce una pluma estilográfica Swan, Cisne Eterna 44, de 1906, con la
que seguro que ha escrito todas
las fichas.
Pero
por mucho que insiste, no le explico la
teoría .
Desde
hace dos años, acudo a clases de
escultura.
Es
una forma de relajarme y practicar los restos de paciencia que me quedan.
Aunque
solo voy una vez por semana, los jueves,
paso con el escultor bastantes horas y
eso me ha permitido forjar con él,
cierta amistad.
Esta
tarde, mientras le doy martillazos a la cabeza de Mnemósine, la diosa griega de
la memoria, converso con Leonidas, el escultor.
Le
voy haciendo preguntas inconexas. Lo que más me importa es su desconcierto y el
rostro de curiosidad. Su respuesta no verbal.
En
base a ello voy completando los flecos de mi tesis.
Me
comenta que de un tiempo a esta parte, es consciente de su pérdida de memoria.
Y no puede soportarlo. No acordarse de donde vive y de que ha desayunado, es
algo que no puede soportar.
Hablamos
de la memoria.
Yo
la tengo bien. al menos hasta el momento.
Hablamos
de mi teoría.
La
memoria, es como una maleta en la que se van depositando los recuerdos. las
vivencias, los deseos y las emociones.
Todo
se guarda en ella.
Los
más antiguos más abajo. Los más recientes arriba, como las fichas.
Por eso hay que rebuscar en ella para
encontrar lo más antiguo. El viento se lleva los recuerdos de más arriba los
más recientes, porque no están sujetos por otros recuerdos.
Con
el tiempo la maleta se deteriora y puede romperse por cualquier lado.
El
lugar donde se produce la rotura
determina el tipo de recuerdos que se pierden.
Leonidas
comprende que alguien ha hecho una raja en la parte superior de su maleta con
el fin de robarle parte de su intimidad.
Tiene
que encontrar una solución, tal vez una tienda de repuestos.
Le
recomiendo el juego del Brigde.
Pero
antes tiene que volver a casa.
Mi
maleta sigue intacta.
Hacemos
un ejercicio de reparación que requiere un exhaustivo registro del contenido de
su maleta y al cabo de dos horas conseguimos encontrar su domicilio.
Meses
después sale publicado mi tesis sobre la
memoria en dos tomos.
Yo
sigo estudiándolo y haciendo trabajar a la vieja máquina de escribir, torpedo 16 portátil de teclado amarillo, quizás para no
perderla.
Por
eso no puedo olvidar mi maleta.
Nadie
le presta atención, y yo los guardo en mi maleta. Luego quedo con Leónidas para
jugar la partida de los martes.
Él
si que me entiende.
A los cajones de más abajo del bargueño es más fácil acceder que a los de más arriba en los que no solemos encontrar lo que acabamos de dejar. Lo más antiguo esta "amachambrado" en la memoria...
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