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Nuño escribe algo, pero algo que
entendamos.
Aquella mañana de otoño, el día de
su cumpleaños, se dibujaba un sol helado en la montaña. y allí estaba el
regalo. Nuño lo abrió ilusionado. Un diccionario.
Se sentó frente al ordenador y las
letras empezaron a juntarse a ritmo del baile de sus dedos. Tenía que llevar el
ejercicio el miércoles.
“En
la pequeña cabaña cercana a la fuente de los caños, su cómplice, la araña le
enseña el puñal y la guadaña, envueltas en su tela, Son armas, le dice, que
precisan maña.”
¿Para qué quiere la araña el puñal?
Esto no tiene fundamento,
presentación, nudo ni desenlace. No tiene calidad literaria.
Y sus dedos presionaron dos teclas
a la vez: Alt F4. Guardar: No.
“Archivo
destruido.”
Y otra vez la página en blanco y
las lágrimas en la esquina de los ojos.
“Eran
cerca de las doce. La cenicienta ya tenía que volver a casa. El lobo se puso el
abrigo de piel de oveja y se miró al espejo.
Su
apariencia era totalmente inofensiva.
Podía ser un buen comienzo.
“Pero su
padre el gran lobo solitario, no le permitió nunca ser presumido.”
Cuando quiso imprimirlo, se dio
cuenta de que no tenía tinta la impresora y se le olvidó guardar el
documento. En vano intentó recuperarlo.
“Y
el lobo se reía, mientras tomaba del brazo a Cenicienta.”
Entonces Nuño recordó la historia
del patito feo, que su abuelo Zacarias, le contaba siendo niño.
Y sin perder tiempo, se puso a
escribir de una tirada, centrándose en el recuerdo de la tarde anterior.
“Si hubieran dejado fumar en aquel local de copas, el humo se habría llevado tanta soledad. No éramos amigos, pero queríamos hacernos fotos juntos. Expulsábamos el dolor del alma atándolo a la tinta. En esa última foto te acaricié y todavía siento tu temblor. El tren se llevó nuestro sueño
“Si hubieran dejado fumar en aquel local de copas, el humo se habría llevado tanta soledad. No éramos amigos, pero queríamos hacernos fotos juntos. Expulsábamos el dolor del alma atándolo a la tinta. En esa última foto te acaricié y todavía siento tu temblor. El tren se llevó nuestro sueño
Se lo enseño al profesor y éste
sonrió complacido.
Nuño sintió que merecía la pena
escribir.
Hermoso relato, José María. Cuando se tiene dentro el gusanillo antes o después sale algo con las palabras, aunque todo se puede mejorar, pues nunca dejamos de ser aprendices.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias maestro por tus palabras. Sabes que estoy esperando tus letras.
ResponderEliminarEs que aprendo.